Vivimos en tiempos de fuertes extremismos y posiciones muy radicales en aspectos variopintos de nuestras vidas. En el caso del tratamiento con psicofármacos, cuando existe malestar psíquico, también las posturas se enconan, y hay tanto partidarios para el uso excesivo de fármacos casi en cualquier síntoma de malestar, como quienes se sitúan en las antípodas, rechazando cualquier apoyo farmacológico, incluso en situaciones de grave ruptura o deterioro mental. Es difícil encontrar posturas moderadas o al menos críticas con sus posturas extremistas, cuestionando siempre al contrario. Es lo más fácil.
En el primer extremo, se sitúan los defensores a ultranza de la psicofarmacología. La Psiquiatría no se ha salvado del poder imperante de la época: el capitalismo/consumismo. La sociedad de mercado, ha engullido casi todos los aspectos cotidianos de nuestras vidas, y los psicofármacos han resultado ser un buen negocio también. Además se da una respuesta rápida a la demanda, demanda de dejar de sufrir, el malestar psíquico se tapa para seguir funcionando y produciendo en un sistema que no puede parar. No hay tiempo para la escucha, la saturación de los servicios públicos dificultan el vínculo con el médico, y para tapar las carencias, que mejor respuesta que prescribir una pastilla que te va a aliviar el malestar siempre que te la tomes (en los casos que esto sea eficaz). En aras de esta practicidad, y con el amparo de la ciencia, a la que recurren para tapar las carencias, el malestar psíquico se trata como si fuera una enfermedad neurológica, una gripe, un tumor a extirpar. El exceso de medicalización del malestar psíquico, ha contribuido al fuerte cuestionamiento de los psicofármacos en diversos sectores, ya que se trata al paciente como si solo fuera un cuerpo, dejando de lado la subjetividad, su historia y su elección. Ha calado, tristemente, el hecho de considerar al psiquiatra, “el que receta pastillas” y al psicólogo “el que da consejos”. Ambas sentencias son la amarga verdad, pero deberían sustituirse por “el que me escucha, el que me acompaña”.
En el segundo extremo, se encuentran los que repudian los psicofármacos, considerándolos una plaga que adormece conciencias, genera cronicidad y dependencia y tapan síntomas sin mejorar o profundizar en las verdaderas causas del malestar. Aunque hay una parte de verdad en esto, se olvidan demasiado de los beneficios. No observan que los fármacos alivian el dolor del alma cuando éste es insoportable, cuando la psique no puede ni siquiera descansar por las noches, cuando la angustia desborda y es inmanejable para el paciente o cuando la agitación y la agresividad pone en peligro al paciente y a los demás…
Creo que es responsabilidad del profesional el buen o mal uso del fármaco. El fármaco en sí es un arma útil para poder dar respuesta a algunos casos de malestar. El mayor problema actual es que muchos psiquiatras, no utilizan más armas que los fármacos para aliviar el malestar psíquico, olvidándose de la escucha activa y el tiempo suficiente, principal y mejor método para poder ayudar a nuestros pacientes. Crear un espacio de tiempo y escucha, sin prisas, con presencia y acogimiento, acompañando, sin juzgar, sin decidir por él…, es la mejor manera de apoyo y ayuda que podemos ofrecer, sin lugar a dudas.
¿Cómo, cuándo y para qué utilizar los fármacos, entonces?
El tratamiento con fármacos, sólo alivia los síntomas, nunca tratan la causa del problema. Por lo tanto, los fármacos sólo actúan sobre el cerebro, la parte corporal de la mente, si quieren decirlo así.
En primer lugar, creo que es importante utilizar los fármacos en periodos cortos para evitar la dependencia y cronificación del proceso. Sobre todo en situaciones agudas, cuando la intensidad de los síntomas es grave, la angustia desborda al paciente y le imposibilita el funcionamiento más básico. A veces se utilizan los fármacos durante largos periodos de tiempo, en procesos donde las recaidas son muy frecuentes. El mayor miedo de los pacientes es tener que tomar una medicación para siempre, por lo que hay que evitar estos tratamientos largos, aunque a veces no es posible.
El ejemplo más claro de la ayuda que puede aportar un psicofármaco, es el manejo del sueño. Hay personas que dejan de dormir por el malestar que padecen, y los días pasan en un desvelo constante, la angustia se acrecienta, y la impotencia y la desesperación de no poder dormir invaden al paciente; aquí los fármacos alivian y regulan el sueño con gran eficacia, ayudando a compensar el malestar que sufre.
Otro criterio para apoyar el tratamiento con pastillas, es la gravedad del proceso, cuando hay un intenso descontrol del comportamiento y puede haber daño así mismo o a los demás, la medicación puede mejorar el autocontrol y evitar males mayores.
Hay fármacos sedantes que adormecen, y se llaman tranquilizantes; divididos en tranquilizantes menores o ansiolíticos, que alivian la ansiedad y mejoran el sueño, y tranquilizantes mayores o antipsicóticos, que son más potentes y se usan en los síntomas psicóticos y para mejorar el sueño. Hay otros fármacos que estimulan (no adormecen) y mejoran el estado anímico que se denominan antidepresivos, aunque también tranquilizan.
La mejor manera de uso de los fármacos, repito, es acompañar con una terapia o un espacio de escucha, disponibilidad y apoyo continuo durante el periodo que sea necesario. El fármaco es mucho más eficaz cuando se ha establecido un vínculo de confianza entre el paciente y el profesional. A la vez, el tratamiento con pastillas puede facilitar la psicoterapia, al atenuar la intensidad del síntoma, aliviando la desesperación e impotencia que éste puede provocar en el paciente.
Es importante observar el fármaco como un apoyo más del que puede disponer el psiquiatra para abordar el sufrimiento psíquico, sin renunciar al abordaje psicoterapéutico y no pensar que el tratamiento con fármacos es curativo por sí sólo, aunque muchas veces alivia los síntomas más disrruptivos e incapacitantes de los procesos mentales.
Carlos Fernández. Psiquiatra. Equipo Clínico.Psicoafirma
www.psicoafirma.com
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