¿Cuándo acudir al Psicólogo? Las dimensiones del bienestar psicológico.

Detectar el malestar no siempre es una tarea fácil. En ocasiones el malestar permanece oculto tras una sensación cotidiana normalizada. Nos detendremos a describir cuales son las dimensiones de bienestar psicológico, cual es su orden de importancia y de que forma reflejan un buen o mal funcionamiento interno. Mencionando la autoestima, el autoconcepto, la identidad, el estado de ánimo, las emociones y la motivación de las mismas.

¿Conoces las dimensiones que determinan el bienestar psicológico?

Si la respuesta es no, te ayudamos a detectarlas, lee y responde mentalmente a las siguientes cuestiones:

  • ¿Desearías poder cambiar muchas de tus cualidades personales dados los problemas que éstas te causan?
  • ¿Te sientes aislado socialmente? ¿Sientes frustración en tus relaciones interpersonales?
  • ¿Necesitas de la opinión de otros para poder tomar decisiones importantes?
  • ¿Percibes frustrado o fallido cada intento que haces para mejorar i cambiar tus circunstancias?
  • ¿No encuentras el sentido de tu vida?
  • ¿Te percibes estancado o bloqueado y en consecuencia apático?

¿Cómo han sido tus respuestas? ¿Y en qué orden de relevancia?

Si en las respuestas a estas preguntas predomina el sí, detente a pensar en el malestar que te genera cada una de estas cuestiones, quizás haya algo que algo no va del todo bien. Lo principal y más importante entre las dimensiones de bienestar psicológico es la autoaceptación, en segundo lugar, son de especial importancia las relaciones interpersonales de calidad, cercanas y positivas. La autonomía o autodeterminación, son la tercera cuestión de relevancia, seguidas de la capacidad para manejar retos y circunstancias de una forma efectiva. Por último, será importante tener un propósito o sentido de la vida claro acompañado de una trayectoria de crecimiento personal o sensación de progreso.

Cada una de las respuestas de estos puntos reflejan un área de buen funcionamiento y bienestar psicológico (Ryff, 1995). Cada una de estas expectativas dependen del yo y reflejan como de bueno o malo está siendo su funcionamiento.

Las preguntas ¿Quién soy? ¿Y qué aspectos dependen de uno mismo?

A menudo nos preguntamos nos preguntamos quien somos, como nos ven los demás, cuan similares o diferentes somos de los demás, y si podemos llegar a ser la persona que queremos ser. Nos topamos con el autoconcepto, aspecto que dirige la conducta. Algunos aspectos de autodefinición vienen dados por una cuestión de género, por ejemplo, mientras que otros dependen de uno mismo, de las elecciones que se hacen y de los logros alcanzados como, por ejemplo, los amigos, los valores, la profesión…

Vivimos en sociedad y como seres sociales nos preguntamos acerca de; cómo queremos relacionarnos con los demás, que lugar deseamos ocupar en el mundo social, y que roles sociales están (o no están) disponibles para nosotros. En este sentido la identidad dirige la conducta, de cara a ciertos aspectos la sociedad marca de una forma rígida determinados roles que asocia al individuo. En otros aspectos es flexible y brinda la posibilidad de elección y (acto de) responsabilidad de determinar las relaciones con los demás y con la sociedad. Como por ejemplo la profesión elegida, o la cultura de la que se provenga.

Crecimiento y desarrollo

A lo largo del ciclo vital exploramos lo que nos interesa y lo que no, luchamos por encontrar un sentido, descubrir nuestros talentos y ejercitar nuestras habilidades, desarrollamos ciertas habilidades y relaciones mientras que ignoramos otras. Venimos dotados de un cierto poder para actuar, lo cual revela la motivación que es inherente dentro de uno mismo. Contamos con un cierto impulso a la acción que se origina desde dentro, de la propia persona y no desde el ambiente o la cultura. Nos referimos a la motivación natural interna dirigida a una mayor complejidad y un mayor sentido de la coherencia.

 

¿Qué se entiende por autoestima? ¿Y de qué depende?

La autoestima es el resultado de un conjunto de éxitos y fracasos relacionados con el logro. Es consecuencia de haber estado a la altura de las aspiraciones personales y las normas culturales exigidas. Lo que realmente hay detrás de la autoestima son las habilidades para lidiar con las circunstancias que nos acontecen. De forma que las variaciones en el logro si aumentan la autoestima, siempre en ese orden y no en el inverso.

¡Ser feliz!

Pudiendo afirmar que la autoestima es el resultado de un funcionamiento adaptativo y productivo de uno mismo. A menudo observamos que detrás de la persecución de la felicidad se da un mismo proceso ya que perseguir la felicidad como tal no permite alcanzarla mientras que si se alcanza tras el resultado de las satisfacciones, los triunfos obtenidos de las metas y relaciones.

Autoconcepto, identidad y autoestima.

Hablar de autoconcepto es hablar de la representación mental que uno tiene de sí mismo. Los autoesquemas que están involucrados en la definición de autoconcepto son los dominios en la vida, más importantes para la persona (Markus 1977). En cuanto a la identidad es un aspecto del ser humano que tiene que ver con quien se es. Es el medio a través del cual el yo se relaciona con la sociedad adoptando la esencia de quien es dentro de un contexto cultural. Conjugar el buen funcionamiento de estos dos aspectos dentro del contexto social en el que vivimos permiten la puesta en marcha de un mejor funcionamiento de las habilidades de las que depende la autoestima.

No podemos olvidarnos de la emoción, ya que cumplen un papel de vital importancia en nuestro funcionamiento.

¿Qué es una emoción?

Para empezar, las emociones son multidimensionales. Existen como fenómenos subjetivos en cuanto a que nos hacen sentir de una forma particular. Son reacciones biológicas, respuestas que movilizan energía y preparan a la persona para adaptarse a cualquier situación que se enfrente. Son agentes de propósito, ya que tienen un fin. Y también son fenómenos sociales; a través de las emociones expresamos enviando señales faciales, de postura o vocales reconocibles que comunican a los otros cómo nos sentimos. Existen como constructo psicológico que unifica los aspectos descritos y es lo que nos permite adaptarnos a las oportunidades y desafíos a los que nos enfrenta la vida.

La relación entre la motivación y la emoción

Las emociones indican como de bien o mal estas sucediendo las cosas de forma que, por ejemplo, la alegría señala un progreso hacia las metas mientras que la tristeza habla de una pérdida o un fracaso de las mismas. Y también son un tipo de motivo en cuanto a que brindan de la energía necesario para poner en marcha sensaciones, pensamientos y conductas. De este modo podemos comprender la motivación y la emoción como dos caras de la misma moneda

Emociones básicas: el miedo, la ira, la repugnancia, la tristeza, la alegría.

El miedo.

Surge de la interpretación de una situación potencialmente peligrosa, aquella que se vive como amenazante. Estos peligros pueden ser psicológicos o físicos. Se anticipa el daño y la vulnerabilidad al peligro e incluso la capacidad que uno puede tener de enfrentar el señalado peligro. Es de este modo que el miedo motiva la defensa, funciona como una señal de alerta. Prepara a la persona para la huida o motiva el enfrentamiento, facilitando de este modo el aprendizaje de respuestas adaptativas.

La ira.

Es calificada por algunos autores, como la emoción más pasional dada la energía y fuerza de la que dota a la persona que la experimenta. Es una de las emociones que con más facilidad viene a la mente ya que tiene que ver con la gran variedad de formas de expresión que representa y con un amplio abanico de situaciones específicas; la furia, la hostilidad, la venganza, la rabia, la cólera, etc. La ira surge de la experiencia de restricción externa, surge de eventos que obstaculizan los planes y metas. Y también surge de la traición a la confianza. Su esencia radica en la creencia de que las cosas no deberían ser de ese modo como se dan, de forma que resulta ilegítima, la restricción, limitación o crítica que la genera.

La repugnancia.

Es la emoción que mueve a la persona a alejarse o librarse de un objeto contaminado, deteriorado. ¿Cómo se identifica dicho objeto? Dependiendo de la cultura y la edad de la persona. En la infancia, aquello que causa repugnancia se limita a los sabores amargos o agrios. A medida que un niño/a crece las reacciones de repugnancia y asco adquieren un valor añadido además del innato. En la etapa adulta los objetos que causan repugnancia pasan a ser aquellos que incluyen la contaminación corporal, interpersonal y moral como podrían ser la mala higiene, el contacto con personas indeseables, el abuso infantil, la infidelidad, etc. Es importante no perder de vista la gran influencia de lo cultural al respeto de esta emoción ya que lo que puede resultar repugnante para una cultura no lo será para otra.

La función o meta de la repugnancia tiene que ver con el rechazo. A través de la repugnancia la persona rechaza y se aleja de forma activa de los aspectos físicos y psíquicos que se dan en el entorno.

La tristeza o aflicción.

Es la emoción más aversiva, común mente calificada como de las más negativas. Surge de la separación, la pérdida o el fracaso. La muerte, un divorcio, una discusión, un viaje (que implique separación), la pérdida de un trabajo, una posición laboral, social, económica, son situaciones que generan tristeza. El fracaso en las metas propuestas o las fallas ajenas al control volitivo de uno mismo como la enfermedad, la guerra, los accidentes, etc. Son también agentes que causan tristeza.

Genera una sensación desagradable de la que la persona quiere salir, no obstante, será preciso identificar la causa real de la misma. En busca del alivio de dicha sensación se ponen en marcha conductas de restauración como, por ejemplo, practicar para mejorar ante el fracaso, o mostrando actitudes letárgicas e inactivas antes las situaciones de desesperanza como una forma de alejarse de aquello que entristece.

Un aspecto positivo de la tristeza es que favorece y facilita de forma indirecta la cohesión de grupos sociales.

¿Cómo funcionan estas emociones?

Las emociones descritas hasta aquí son aquellas que surgen cuando se detecta o se anticipa una amenaza y se prevé un daño. En primer lugar, sentimos miedo, que motiva la huida a desagradable y la ira moviliza a la acción en el afán por combatir la amenaza. Transcurrida la amenaza o el daño surge la tristeza, como signo de retirada.

Pensemos en un ejemplo práctico; una discusión entre compañeros de trabajo. Tras un desencuentro o discusión con un compañero puede surgir la sensación de verse expuesto a una posible pérdida de categoría dentro del puesto de trabajo o a una pérdida del mismo directamente (amenaza y daño).

La respuesta a la amenaza y el daño. 

Ante una situación de este tipo, uno querría salir corriendo no obstante estamos hablando del puesto de trabajo, aquello que supone un sustento, un lugar al que hay que volver al día siguiente y en el que uno pasa gran parte de la semana. Habrá que volver a ver a ese mismo compañero e incluso trabajar con él. Y por supuesto, uno vuelve al trabajo. La actitud con la que volver al trabajo dependerá de la persona y las circunstancias. Es probable volver con pocas ganas de ver al compañero, con un cierto rechazo hacia la posibilidad de volver a la discusión, pero con ganas de aclarar las cosas y mejorar la situación rechazando el evento desagradable.

Para reestablecer la calma…

Aquí es en donde aparecen la ira y la repugnancia, buscando reestablecer la calma, aclarando la situación, movilizado para la acción, pero rechazando el desencuentro. A menudo se posa la sensación de repugnancia y rechazo sobre el otro con el que se discute, experimentando un fuerte rechazo hacia el compañero. Tras este suceso y esta consecución de emociones aparece la tristeza. El desencuentro con el compañero ha supuesto una serie de sucesos que han cambiado las cosas, no obstante, el trabajo sigue siendo el mismo y el compañero también. Surge la tristeza, puesto que de algunas cosas no se puede huir, ni pelear.

 

Por último, la alegría.

La alegría es una de esas emociones comúnmente conocidas como positiva. Surge de aquellos acontecimientos que suponen resultados deseables, tiene que ver en último término con experimentar sensaciones placenteras: el éxito, un logro personal, el progreso hacia una meta, lograr estima y respeto, experimentar el amor y el afecto, etc.  Es esencialmente lo opuesto a la tristeza.

Su función tiene dos partes, por un lado, facilita una buena disposición de cara involucrarse en actividades sociales, y por otro ejerce una fusión de calma y tranquilidad. La expresión de la alegría facilita y fomenta las relaciones sociales. Es un sentimiento a través del cual se experimenta la vida de una forma placentera, contrarrestando experiencias de frustración, disgusto y afecto negativo, lo que permite preservar el bienestar psicológico.

¿Cuál es el propósito de las emociones? ¿Cómo de buenas son?

Charles Darwin, fue quién comenzó las investigaciones sobre la función de la emoción. Argumentaba que las emociones ayudan a los animales a adaptarse a los entornos. Las emociones tienen siempre un motivo y permiten a quién las experimenta lidiar con las tareas fundamentales de la vida.

No obstante, a mendo lo que observamos es que las emociones desorganizan, limitan, frenan o dificultan la vida de las personas. ¿Significa esto que son malas?

Los profesionales de la salud mental recibimos en nuestras consultas a personas que se encuentran hundidas en estados emocionales que limitan su día a día y su bienestar psicológico. Nada va bien, no parece haber una solución o salida aparente sin embargo esas emociones que resultan desagradables y que generan tanto malestar son señales de alerta. Comunican a través de esos desajustes físicos y psíquicos que algo no va bien, que así no puede continuar, que su cuerpo y su mente ya no pueden más.

Las emociones existen como soluciones a dichos desafíos, retos, tensiones y problemas que resolver; evitar amenazas, formar y sostener vínculos.

¿Qué diferencia la emoción del estado de ánimo?

En primer lugar, surgen por diferentes causas o antecedentes. Las emociones se dan cuando se experimentan situaciones vitales significativas y dependen de la valoración que hagamos de su significado para nuestro bienestar. Éstas funcionan para influir finalmente en la conducta de forma que nos ayudan a decidir de qué forma actuar. Provienen de sucesos instantáneos y a su vez la duración de una emoción es siempre más corta que la duración de un estado de ánimo.

Los estados de ánimo, en cambio se dan a causa de procesos mal definidos o directamente desconocidos. Funcionan en gran medida para tener influencia sobre el pensamiento de la persona. Provienen de acontecimientos mentales que duran horas y la duración del estado de ánimo, puede ser también prolongada.

Será aquel estado de ánimo prolongado que genere malestar uno de los indicativos principales para hacer saltar la alarma y detenerse a pensar sobre la necesidad de ayuda de un profesional. Pudiendo pensar si este estado influye o determina las dimensiones de bienestar psicológico.

Escrito por: Rocío Mallo. Psicoterapeuta. Equipo Clínico de Psicoafirma. 

 

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