Lo generacional: de padres a hijos

Entre los días 7 y 11 de junio de este año 2021, se ha citado a examen a aquellos alumnos dispuestos a enfrentarse a la EvAU, examen escrito que evaluará la formación de Bachillerato. La EvAU, evalúa y prepara a los estudiantes para el inicio de sus futuras carreras profesionales.

¿Qué carrera será la elegida?¿Cómo se elige?¿Desde qué lugar se decide?

A menudo conocemos generaciones de profesionales que además son parte del mismo núcleo familiar; abuelos, padres e hijos que encarnan una misma profesión. En muchas ocasiones efectivamente un hijo descubre él también quiere ser empresario, gestor, artista, médico, como alguno de sus progenitores o incluso como ambos.

No obstante, no siempre esto es una elección deliberada. ¿Tienen cuatro hijos la misma vocación? ¿Qué significa para un padre que un hijo sea “alguien” en la vida? ¿Qué supone para un hijo no defraudar a un padre?

Hablar de generaciones profesionales en estos términos, nos hace pensar en eso que de generación en generación atestigua los sueños y deseos de los padres. Ser testigo de sueños y deseos de otro no deja espacio ni lugar para el deseo propio. Digamos que hablar de deseo es similar a hablar de la motivación, el motor que mueve a un sujeto para lograr alcanzar algo.

¿Puede alguien lograr una meta para la que no está motivado? ¿Puede alguien vivir sin deseo propio?

Serge Leclaire, psiquiatra y psicoanalista francés habla de “el niño maravilloso” para referirse a la representación inconsciente primordial en la que se anudan los anhelos, nostalgias y esperanzas de cada cual. El niño maravilloso es la nostalgia de la mirada materna que lo ha convertido en un “esplendor extremo”. Un hijo muestra casi sin velos lo real de todos los deseos propios.

Vivir sujeto a esta mirada que sostiene eseesplendor extremo supone condenarse a no vivir en absoluto. La crucial tarea a resolver será metafóricamente hablando la de “matar a ese niño maravilloso”. Es decir, poder renunciar a eso que uno ha sido en los sueños de quien lo ha visto nacer. Dejar de ser “todo” para los padres y poder ser (alguien, otro diferente).

Un padre revive con un hijo su propio narcisismo, supone la “oportunidad” de serlo todo, de alcanzar la completud, verdaderamente inalcanzable. Se atribuyen a un hijo todas las perfecciones de uno mismo, se asume que la vida de un hijo será mejor que la de los padres, se “decide” que no tendrá que pelearse con obstáculos ni verse sometido a necesidades. Realizará los sueños que un padre no ha podido cumplir. Un hijo encarna de entonces el poder de la omnipotencia.

Hijos y padres sostienen esta mirada que “completa”, un hijo lo es “todo” para un padre y un padre lo es “todo” para un hijo.

¿Qué sucede si,  ser todo para un padre implica renunciar al deseo propio? ¡Debo continuar con el negocio familiar, mi padre dedicó toda su vida a ello, no puedo echarlo a perder! ¿Deja espacio esto para la libertad, para el deseo, para la identidad?

¡Aceptar lo diferente, la confrontación generacional!

Una familia de padres e hijos deben ser comprendidos como una totalidad, no pueden ser descritos como personas aisladas puesto que viven en una continúa dinámica de interacciones que provocan la influencia de unos sobre otros.

Pensemos en algunos ejemplos sencillos; ¿En qué invierte su tiempo libre una pareja sin hijos? ¿Y una pareja con hijos? ¿Siguen teniendo el mismo tiempo libre? ¿Requiere el mismo tiempo de atención y cuidado un bebe que un adolescente? ¿Cómo tiene que organizarse un padre cuando tiene más de un hijo que acude a distintas actividades extraescolares, quién tiene preferencia, quién debe esperar?

Detenerse a pensar en esto revela la realidad de las circunstancias vitales y lo innegable de cambio de prioridades al ritmo que dichas circunstancias cambian y avanzan. Al ritmo que uno crece y experimenta la vida misma.

¿Qué significa esto de la confrontación generacional?

Supone asumir al otro como una alteridad. Entender la diferencia entre un adolescente y un adulto, poder comprender e integrar la diferencia entre ambos y lo que entraña por tanto dicha diferencia. Lograr la adquisición de la identidad implica atravesar con éxito el proceso de confrontación generacional.

La dificultad de esta tarea se encuentra en poder entender que alguien diferente no es un enemigo, no es un contrincante, si no que es otro con otras características y otras funciones que no son las de uno. Inevitablemente se desatan una serie de tensiones que en mayor o menor medida siempre estarán presentes a lo largo de la vida, siendo éste el momento evolutivo más álgido. Esto es la tensión que puede suponer aceptar el límite de uno mismo que no tiene porque ser el límite del otro, aunque este otro también tenga un límite.

¡Los padres, los que siempre están!

Los padres acompañan a sus hijos durante todo su desarrollo de crecimiento psíquico y físico, son figuras esenciales y necesarias en la interacción con estos. Solo quién es padre (padre o madre) conoce lo que supone tener un hijo.

Cuando un padre (padre/madre) piensa en un hijo; cuando busca tener un hijo o cuando recibe la noticia de que tendrá un hijo, comienzan a despertarse un sinfín de fantasías, pensamientos, sentimientos, emociones. Aparece la ilusión, el miedo… ¿Cómo será? ¿Será como yo? ¿Será como tú madre? ¿Estará sano? ¿Cómo se es un buen padre? ¡Me encargaré de que sea alguien! ¡Heredará el negocio familiar y será el mejor…! Podríamos decir que se ponen en marcha una serie de fantasías de fabricación y moldeado del otro a imagen y semejanza del “hacedor. Serán estas fantasías las que harán atravesar y adolecer por los duelos y angustias a los padres que no las vean satisfechas en sus hijos.

¿Realmente es un hijo todo lo que un padre espera o quisiera? ¿Es peor un hijo cuando quiere y desea algo diferente a lo fantaseado y esperado por un padre? ¿Cómo de fácil asumir esa diferencia? ¿Qué significa para un padre renunciar a lo que anhelaba?

Se observa una vez más la dinámica de interacciones recíprocas de la que hablaba más arriba, puesto que el crecimiento y desarrollo de un hijo supone para un padre (al igual que para un hijo) tener que asumir “la diferencia”.

¡Un padre que envejece y un hijo que crece!

Es en este punto en dónde un padre se enfrenta a asumir la diferencia de la potencia en desarrollo de un hijo que crece y un padre que envejece. Uno se encuentra como padre ante la tarea de tener que admitir la inexorable irreversibilidad de la fecha del tiempo y de la definitiva prohibición de la reapropiación de un hijo. Tarea intrincada y dolorosa para cualquier padre que supone un importante punto de inflexión en el momento de la adolescencia. Poder atravesar y elaborar estos duelos caracterizados por una causalidad múltiple supone poder lograr la diferencia generacional logrando también soslayar una trágica lucha fraterna y narcisista.

¿Entonces, qué sucede si lo que se produce es un “borramiento” de la diferencia generacional?

Se produce una simetría entre padres e hijos que los mantiene en igualdad “de condiciones” a ambos. Es decir, un hijo podría por ejemplo, posicionarse frente a un padre sintiendo el derecho de poder exigir lo que desea. Exigencias que someten a un padre al deseo eterno del hijo. ¡Tiene de todo, no sé qué más quiere! ¡Ya llevas dos horas con el móvil, habíamos acordado una…! ¡Es un caprichoso! Nada es suficiente, ni lo material, ni lo inmaterial.

 ¿Dónde estaría el límite de dicho deseo? ¿Existe un límite? Y lo más importante ¿Cómo se está formando la identidad de este hijo entonces? La denegación de la lucha generacional provoca severas perturbaciones de la identidad.

Un adolescente necesita atravesar el angustioso proceso de la desidealización  el cual permite el acceso a la diferencia entre generaciones y permite en consecuencia el poder crecer, ser alguien con una identidad propia y sana.

El germen de todas estas angustias lo atañe el hecho de la separación. Poder separarse como hijo de esos padres admirados y protectores y poder separarse de un hijo que suponía la “prolongación” de un padre. Hablar de prolongación del padre con el hijo significa asumir que un hijo ha llegado para cumplir, continuar y alcanzar lo que un padre pudo comenzar o simplemente desear, significando esto que su hijo no solo va a ser como él, si no que va a ser mejor incluso.

¿Qué dice la teoría?

Pudiendo pensar algo de todo esto en términos más teóricos, la cuestión sería la de poder valorar el error que supone apoyar una versión meramente puberal de la libertad. Puesto que de este modo se esgrime la riqueza vital del deseo. Ley y deseo han de tomarse como una articulación simbólica, en dónde “sin el deseo, la ley se vuelve estéril y se convierte en una momia en defensa e un saber  muerto, pero sin la Ley el deseo se fragmenta y se convierte en puro caos” (Recalcati 2016)

¡Lo escolar!

Es importante no perder de vista la función fundamental que ejerce la Escuela en la formación del sujeto y en la “humanización de la vida”. Imponer el deseo a la Ley o la Ley al deseo implica la aniquilación de la una por la otra en cualquiera de los casos.

Vivimos (y padecemos) actualmente la transición de la dismetría a la simetría generacional. Experimentamos las consecuencias de la transición entre lo sólidamente jerárquico “que caracterizaba a la escuela Edipo hacia la horizontalidad líquida de la Escuela Narciso” (Recalcati 2016) obteniendo como resultado la diferenciación simbólica de los roles. Encontramos actualmente diluido el pacto de la diferencia generacional entre docentes y padres. Nos encontramos con un pacto de narcisismo entre padres e hijos. De forma que en los padres se han aliando con los hijos, algo que deja desamparados a los docentes en la escuela frente a los hijos a quienes deben enseñar.

¡Un pacto de narcisismo entre padres e hijos!

Las alianzas entre padres e hijos, ansían en último término asegurar el éxito de sus retoños. Ponen todos sus esfuerzos en facilitar el tránsito por la senda que deben recorrer sus hijos, persiguiendo asegurar una senda libre de barreras. Quizás desconocen que es así como se aniquila toda función educativa entre ambas generaciones (la de los padres y los hijos). Queda en el olvido el significado simbólico de la Ley, atareada responsable de la diferencia generacional.

El docente debería ser la extensión del progenitor, puestos ambos en un lugar que revele la real diferencia generacional. Si padres e hijos se encuentran aliados en igualdad de condiciones sin jerarquía de por medio, los hijos se confunden con los padres y en consecuencia el cuerpo docente se aísla. Pierde el poder de autoridad que le otorga la capacidad de enseñar (o al menos buena parte de ella). Cualquier exigencia escolar supone un exceso o una injusticia. La palabra pierde todo su peso simbólico, deja de tener significado y es engullida por la cultura de la imagen, que tiende a favorecer una adquisición pasiva y sin esfuerzo.

Sin adultos capaces de establecer la alteridad y ejercer funciones educativas no puede desarrollarse el proceso de formación. Es fácil encontrar jóvenes en el panorama actual, carentes de deseo y sueños que perseguir; “alumnos inadaptados, aburridos, deprimidos, intoxicados, distraídos”. Sin el deseo de saber jamás tendrá lugar el aprendizaje subjetivado.

¿Cómo puede darse entonces el interés en el aula, en lo académico, en la cultura? ¿Cómo puede un adolescente vislumbrar qué lo va a situar rumbo a un desempeño satisfactorio?

El adulto encuentra incapacitada su función como representante del límite, un límite entendido como aquello que se puede o no se puede hacer, lo que se debe o no se debe hacer. Un límite que contiene y acoge mucho más allá de reprimir, de cohibir o limitar.

La escuela representa la primera salida al mundo, abre camino a lo social, al vínculo y la relación con otros. Y el docente encarna el papel de figura central en el proceso de “humanización de la vida”. Será el acceso a la cultura quién de paso a una vida más satisfactoria, capaz de ensanchar sus horizontes.

Poder educar ofreciendo la posibilidad de experimentar la vida como apertura ilimitada sin olvidar que a la par debe existir la humana tendencia al hogar, a la identidad, a la identificación, a la familia a eso que significa la pertenencia. Poder hacerse alguien y algo diferente que a su vez también pertenece y protege (Recalcati 2016).

¡La ESO, el Bachillerado y la EvAU!

El segundo ciclo de la Educación Secundaria Obligatoria, forma parte del cierre de una etapa y abre camino al inicio de otra. Para cursar 4º ESO el alumno debe tener claro cuáles de las asignaturas troncales académicas de opción quiere cursar y cuáles de las asignaturas específicas o de libre configuración seleccionará para finalizar el ciclo. Es aquí, en dónde se juega parte de la elección académica que encamina a la elección de futuro profesional.

Aquellos alumnos que decidan ir a la Universidad, pueden hacerlo cursando Bachillerato una vez superado el segundo y último ciclo de la ESO. El Bachillerato comprende dos cursos académicos y se organiza de un modo flexible en distintas modalidades. Artes, Humanidades y Ciencias Sociales y Ciencias, son las tres modalidades de Bachillerato, las cuales ofrecen una preparación especializada acorde con las expectativas e intereses del alumno.

¿Cuáles serán las expectativas del alumno? ¿Cómo reconoce el alumno sus expectativas? ¿Expectativas del alumno o expectativas paternas? ¿Es libre la elección? ¿Es una elección propia? ¿O es una elección ajena? ¿Ciencias o letras?

Llegar a este nivel de formación académica enfrenta al alumno en su condición de adolescente a mucho más que a una simple elección de materias.

Deseos, fantasías, ilusiones, expectativas… pero no solo las propias, sino también las de los propios progenitores. ¡De mayor va a ser… como su madre! ¡Es brillante en los estudios, debería dedicarse a la química! ¡Abogados hay muchos…! Todo un entramado de anhelos paternos y familiares se ponen en juego.

Rama científica o humanística, decidirse por letras o ciencias. Una otorga más opciones, la otra ¿Quizás menos? Una entraña más dificultad y la otra ¿menos también? o mejor dicho dificultades diferentes, lo innegable es lo relevante de la elección. El objetivo será poder la elección más gratificante que será al fin y al cabo la verdaderamente deseada.

¿Qué es la EvAU?

La EvAU, es un examen escrito en el que se evalúa la formación de bachillerato. No todo se juega en un único examen; la calificación se calcula ponderando un 40% de la prueba y un 60% de la calificación final y global de etapa de bachillerato. Es necesario obtener un mínimo de 5  como puntuación resultante para haber superado la prueba y lograr el acceso a la Universidad.

La tarea no es sencilla, un alumno decide presentarse a la EvAU con el objetivo (mayoritariamente) de poder acceder a la Universidad. Superada la EvAU, el acceso a la carrera universitaria deseada se limita con una nota de corte mínima necesaria para dicho acceso.

Escrito por: Rocío Mallo. Psicoterapeuta Equipo Clínico. Psicoafirma

 

Bibliogrfía

Leclaire, S. (2013) “Matan a un niño: ensayo sobre el narcisismo primario y la pulsión de muerte” Amorrortu Editores.

Recalcati, M. (2016) “La hora de clase” Anagrama Editor

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