Sobre el sentimiento de culpa, la vergüenza y la angustia.

¿Reconoces haber sentido culpa en alguna ocasión? ¿El sentimiento de culpa es algo muy presente en tu vida? ¿Quién siente culpa? ¿Sentir culpa implica siempre una responsabilidad?

La culpa es un sentimiento que nos acompaña como seres humanos. La experimentamos a menudo, especialmente con aquellos a quienes más queremos. Aparece tras el conflicto y el desacuerdo que nos lleva al enfrentamiento, cuando las expectativas no se cumplen. Surge de la frustración, el odio y la rabia y nos empuja posteriormente a la reparación. Cumple la función de reparación ya que nos ayuda a reparar pudiendo pedir perdón por el daño causado.

Freud nos cuenta en “El malestar en la cultura” que el sentimiento de culpa es uno de los mayores obstáculos que encuentra el ser humano en el intento de alcanzar la felicidad. Se observa con frecuencia que en la edad adulta se rellena el hueco de la infelicidad con bienes materiales. Por otra parte, el dolor y el placer constituyen una polaridad inherente al ser humano. La ambivalencia implica la coexistencia de dos sentimientos opuestos, lo que genera una sensación difícil de soportar.

El sentimiento de culpa.

La delgada línea entre el amor y el odio.

Amor, odio y culpa, son temas ligados y a la tendencia de reparación. El amor por su lado es un sentimiento que brinda sentido a nuestra existencia, mostrándonos el camino a la felicidad y al bienestar. Mientras tanto la culpa, nos sitúa en lucha con nuestro ser, nos lleva a procurar el bienestar ajeno y al intento de no dañar a otros. Amor y odio son las dos caras de una misma moneda. La consecuencia del amor es la felicidad mientras que la del odio es la culpa.

 

 

¿Es posible un sentimiento de culpa sano, que permita reparar y hacerse cargo del daño real o emocional infligido a otros?

Desde el origen, con otros.

Para poder hablar de lo que nos ocupa entorno a la culpa es necesario hacer algún apunte acerca de las primeras etapas de a vida. El ser humano es un ser social por naturaleza, nace inmaduro y desvalido motivo por el que necesita de otros que lo protejan y le ayuden sobrevivir. “El bebé necesita del amparo, el sostén, el amor, y el alimento, en definitiva, que otro ser humano se ocupe de cubrir todas las necesidades que no puede cubrir por sí mismo” carecer de esto implica haber sido agredido.

Necesita de alguien que lo cuide satisfaciendo sus necesidades básicas y de un grupo que lo inserte en el mundo de lo relacional. Será a través de la relación con los otros que el ser humano pueda desplegar todo su potencial; vinculándose desde lo afectivo. Será del entorno grupal de quién precise para desarrollarse pudiendo dar forma a todo el potencial que trae. Condición indispensable, la de tener todas sus necesidades materiales y afectivas cubiertas.

Desvalidos y dependientes, a través del cuidado generamos la compasión.

Desde el inicio de nuestra existencia, no lograremos sobrevivir si alguien no se ocupa amorosamente de nosotros. Captamos el valor de esa figura principal que nos acompaña y solo así son posibles algunas renuncias. Es en este espacio, entre la necesidad, el amor y la renuncia, en el que germina la compasión. Una parte de la ética que tiene que ver con no hacer daño al otro y/o tratar de repararlo si se ha dañado.

El hecho de depender de otro que cuide en todos los aspectos genera la posibilidad de tenerlo en cuenta. Y permite al ser humano adoptar ciertas reglas de conduta que trascienden los impulsos más egoístas. Se conjuga la necesidad de las normas que nos organizan como sociedad junto con la necesidad propia de pensar en aquellos de los que uno depende y con quién se han establecido lazos afectivos.

La conciencia moral del ser humano.

A diferencia de lo que acontece en el reino animal, el ser humano dispone una conciencia moral que lo regula. La moral tiene que ver con las costumbres y normas sociales, teniendo en cuenta la intencionalidad con que se desempeñan los hechos. La intención del ser humano viene determinada por el fin de la misma y es aquí dónde radica el carácter moral del asunto.

Las consecuencias de transgredir la norma.

Quedamos inscritos en una sociedad regulada por normas, leyes que de no ser cumplidas implican consecuencias, castigos. La culpa es ese fenómeno que el ser humanos experimenta a modo de consecuencia cuando se transgrede algún principio que rige al individuo permaneciendo integrado en su psiquismo. Entonces ¿por qué sentimos culpa si somos buenos ciudadanos? Nos regula una ley externa pero también una ley interna.

¿La solución son los castigos? ¿Aprendemos a base de castigos? ¿El problema era no ser suficientemente severo?

La complejidad de lo psíquico se resiste al aprendizaje impuesto con la fuerza. Enseñar mediante castigo nunca mejora los resultados. Pensemos en los principios éticos que podría integrar un niño al que se pretende enseñar a través de la fuerza y el castigo. Esta forma de enseñar encierra la contradicción de la incoherencia entre principios éticos y conducta. Quedará inscrita tanto de forma consciente como inconsciente y más tarde serán los mismos por los que en su vida adulta rija su conducta.

Cuando un niño puede crecer en un ambiente coherente entre conduta y principios, en dónde la forma de actuar, pensar y sentir, vienen dotadas de concordancia, las reglas del juego tiene sentido. Si las normas son impuestas por la fuerza y carecen de coherencia al compararlas con la forma de actuar del adulto, genera confusión y disonancia. Motivo por el cual será importante que el adulto logre combinar el sentido de su comportamiento con las tradiciones transmitidas y las normas programadas por el instinto.

La agresividad humana.

“La implantación de la ley, de un código ético, es la que sustituye en nuestra especie la función inhibitoria de la agresividad presente en las otras” Lo agresivo permanece como instinto en el ser humano, mientras que la ley lo regula.

Dos funciones de la culpa.

Algunos autores hablan de dos funciones de la culpa: por una parte, la función de orden aquella que establece las normas con las que organizar el mundo y por otra, la función vincular, aquella que transmite valores de generación en generación.  Ambas nos facilitan la gestión de la relación con los otros. No obstante, si éstas no han sido asentadas en la crianza junto al amor y los cuidados se volverán rígidas.

Las normas impuestas resultan mucho más ajenas que aquellas que uno puede considerar proprias, esas que le han sido dadas, esas que lo han respetado a uno en primer lugar. Esta es la semilla de la que germinará la preocupación por el otro.

Carmen Durán, licenciada en psicología, apoya esto y afirma que cuanto más estereotipadas y rígidas sean las normas y tradiciones, quedará una menor capacidad humana para el desempeño de una conducta ética espontánea.

¿El ser humano es bueno o malo por naturaleza?

Considerar al ser humano “malo” por naturaleza no da lugar a contemplar la preocupación por el otro. Alejándose del impulso reparador que deriva de esa preocupación por el otro, por el bienestar ajeno y el deseo de arreglar cualquier posible daño.

¿Cómo se integrarán entonces las normas de conducta? Se integrarán de una forma rígida, sin margen para anteponerse a las personas o circunstancias cambiantes. Es entonces, cuando dirigidos por normas y rituales se obtiene seguridad y calma, y cuando los sentimientos de culpa se vuelven destructivos, con uno mismo y con quienes te rodean.

¿De dónde surge el impulso reparador? ¿Por qué sentimos la necesidad de pedir perdón o compensar a quien hemos causado daño?

Sentimos la necesidad de reparar el daño causado cuando el temor por esto implica la posibilidad y la consecuencia del abandono. Esto supone verdadera angustia, por lo que la reparación resuelve la ansiedad derivada del miedo a la pérdida.

Que exista la posibilidad de reparar es una cuestión importante puesto que genera la confianza de que el amor puede reconstruir lo que el odio ha devastado, de modo que el odio resulta menos aterrador. Sin esta posibilidad, no la confianza en la potencia del amor, uno se queda solo.

La agresividad es innata en el ser humano.

La agresividad presente en el ser humano es innata. Tiene un papel importante en la conservación de las especies. Permite superar obstáculos y dificultades de la vida, ir más allá de lo establecido logrando alcanzar grandes descubrimientos y logros culturales, por lo que también es importante para la conservación del individuo. En este sentido la ética y la moral nos regula como sociedad y nos protege como individuos.

Esta agresividad es diferente a aquella relacionada con la violencia, aquella agresividad que busca causar dolor o daño a otro llevándolo incluso a la muerte.

Por otro lado, en la batalla de construir la propia identidad se juega uno de los factores que más potencia la agresividad humana. Cuando el cuidado de un niño deja poco espacio para la libertad de explorar el mundo, viene mediado por reglas y normas rígidas y coercitivas las respuestas serán siempre agresivas.

¿Qué se construye primero, la ley interna o la ley externa?

La plasticidad cerebral de un niño es lo que le permite adaptarse al contexto social y cultural en el que nace. Un contexto en el que tendrá que desarrollarse, asumiendo la ley que regulará su conducta. Además, surge una ley que proviene del interior, es una ley que ordena regulando el caos de sentimientos. Ambas son diferentes, una es interna y otra es externa, aunque es difícil determinar cual proviene de cuál. Winnicott, pediatra, psicólogo y psicoanalista Inglés, defiende que es fruto de la naturaleza del hombre la preocupación por el cuidado del otro y la evolución espontánea hacia conductas éticas sin la necesidad del aprendizaje de los principios morales.

La estructura psíquica en construcción.

Durante el primer año de vida el niño se rige por el principio del placer, de forma que eso es lo único que busca. Más tarde pasa a considerar bueno todo aquello que le permite alcanzar y permanecer en ese estado placentero y malo aquello que se lo impide. Sobre esto se va construyendo parte de su estructura psíquica. El niño comienza a encontrarse con el mundo y todo aquello que le venía dado por ser simplemente un bebé comienza a suponer un logro.

Entre el amor y el odio.

El mundo es un medio hostil en el que el niño teme la agresión y el castigo, experimentar indefensión y desamparo remite al miedo. Del mismo modo que siente el amor y la gratitud ante quién lo cuida. Autores como Melanie Klein o Riviére han escrito y teorizado sobre como en la temprana relación con la madre, el niño mantiene con ella una constante interacción de amor y odio. La ama cuando lo satisface y la odia cuando lo frustra.

Cuando surge la culpa.

Una vez establecida la permanencia del objeto y captada la ambivalencia surge la culpa en consecuencia al odio sentido hacia la persona amada. Esto se mantiene en la edad adulta funcionando del mismo modo. La culpa es algo que puede expresarse como un sentimiento difuso, poco comprensible y relegado a lo inconsciente.

Entre los dos y los seis años el criterio moral gira en torno a sí mismo, gira entrono a las propias necesidades, deseos y caprichos. Por ahora solo pueden pensar en aquello que les gusta, aquello que quieren y aquello que desean, es lo que permite el acceso al mundo interior genuino.

Impulsividad y frustración en la vida adulta.

En la edad adulta será preciso el acceso inmediato a las emociones y necesidades para lograr la auto regulación. Serán las situaciones de la vida adulta las que pongan a prueba la capacidad de auto regulación. La impaciencia y la dificultad para tolerar la frustración llevan a acciones impulsivas que pueden poner en peligro la vida. Ya que ponen en marcha respuestas motoras inmediatas a cualquier estímulo de intensa carga emocional.

La conciencia de responsabilidad.

Entre los seis y los once años, cuando madura la zona prefrontal del cerebro se asienta la capacidad reflexiva. Es la etapa en la que un aprende que las acciones sobre otros causan efectos y generan consecuencias. La culpa y la vergüenza marcan el camino a modo de guía interior cuando ya hay constituida una moral interna. En la culpa se teme el castigo, y de la vergüenza el juicio social, eso que los demás puedan pensar de uno.

El niño en esta fase del recorrido evolutivo pasa del pensamiento mágico al pensamiento concreto. Logra asumir las leyes morales de la sociedad en la que crece y las leyes de la naturaleza. Es ahora cuando el niño ya está preparado para asumir las leyes de carácter impersonal que se fundamentan en un bien común por encima de los intereses propios.

La culpa y la vergüenza.

Ambos sentimientos adquieren un potencial torturador cuando los llevamos a lo interno, cuando nos convertimos en jueces de nosotros mismos. Ésta es la forma de evitar el castigo externo, tornar el castigo interno en algo mucho peor. Cuando el juicio y el castigo son externos es más fácil librar el sentimiento de culpa. La culpa y vergüenza tienen en su base la emoción del miedo y dependen fundamentalmente de un juicio impersonal.

Identificar estos sentimientos logrando una clara comprensión de los mismo no es fácil. Sentir culpa, vergüenza y angustia genera un malestar con el que es difícil convivir, si te encuentras en una situación así acude a un profesional con el que poder hablar de como te sientes.

Para terminar y a modo de resumen, recogemos algunas ideas principales de Winnicott (Durán, 2016):

  1. El sentido moral forma parte de la naturaleza humana, encuentra salida cuando la crianza se genera en un ambiente facilitador.
  2. En el recorrido evolutivo, tiene lugar el nacimiento del sentimiento de culpa cuando se comprende el daño infringido a otro. Esto se produce cuando el niño puede considerarse como un ser distinto a la figura principal de cuidado.
  3. La compasión, tiene que ver con la comprensión del sufrimiento del otro que ha sido causado por uno mismo. Se hace posible el sentimiento de empatía.
  4. La responsabilidad por los actos de uno mismo fruto del aprendizaje de las consecuencias de los actos. Cuando todavía predomina el pensamiento mágico, el niño cree que aquello que le ocurre al otro y que es de carácter negativo, tiene que ver con sus malos deseos.
  5. Cuando el código moral del niño se corresponde con la idea de retaliación, siendo el castigo igual que el daño. En estas etapas los temores son desproporcionados, ya que los límites entre la fantasía y la realidad no están claros.
  6. Será importante mostrar un sistema de creencias sin tratar de imponerlas, permitiendo que el niño las haya suyas o las rechace.
  7. En la etapa adolescente aparece un fuerte sentido crítico que permite cuestionar los valores familiares, con el apoyo de los iguales y junto a las creencias compartidas.

 

Escrito por: Rocío Mallo. Psicoterapeuta. Equipo Clínico de Psicoafirma.

Bibliografía.

Duran, C.  (2015) El sentimiento de culpa. 

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