En una era en la que parece que todo se puede, cada vez se pide y exige más a cambio de menos. Más rápido, en menos tiempo, más perfecto, sin espera, sin renuncia, sin falta. Cuando se trata de los vínculos de amor y afecto nos surgen muchas preguntas al respecto: ¿Es posible sostener vínculos con ese funcionamiento? ¿Qué efectos causa en las personas? ¿Es amor verdadero? ¿Qué ocurre en los vínculos afectivos actualmente? ¿Se viven o se padecen las relaciones afectivas actuales? ¿Qué genera o facilita la dependencia emocional? ¿Es la dependencia emocional una problemática actual o siempre ha estado presente?
En el siguiente artículo se hablará de algunas de las cuestiones que caracterizan a la problemática de la dependencia emocional. Se abordan cuestiones como lo vital del afecto, lo doloroso de la renuncia, el amor transformado en una necesidad, la cuestión de elegir pareja, el equilibrio de lo recíproco, la cuestión de los sacrificios en los vínculos o relaciones de pareja ¿son desinteresados? Se menciona la importancia de saber y poder pedir, y la importancia de los límites y las limitaciones en los vínculos con otros.
El autodiagnóstico: dependencia emocional.
“Dependencia emocional” éste es uno de los autodiagnósticos que con más frecuencia se escucha en consulta cuando la demanda tiene que ver con las relaciones afectivas.
¿A qué alude este autodiagnóstico?
Alude al mal de amores. Ésta es una descripción breve del malestar que causan un amplio espectro de problemáticas en las relaciones afectivas o de pareja. A menudo, las distintas dinámicas insatisfactorias que causan el malestar se sostienen en largos periodos de tiempo.
Quienes padecen de dependencia emocional, experimentan la necesidad extrema de escribir o llamar otro por encima de todas las cosas. La dificultad de poner fin a una relación que genera infelicidad. La intermitencia interminable de una relación que ni se consolida ni se termina. La sensación de mendigar amor, recibir migajas del otro a las que es imposible renunciar a pesar del desgarro que causaría la ruptura definitiva.
Lo vital del afecto.
El cariño, el afecto, es algo que todo ser humano necesita. Sentirse reconocido, acogido y aceptado es imprescindible para la vida humana. Pertenecer es otra de las cuestiones importantes a tener cuenta en relación al afecto. Ser parte de una pareja, de la familia, del equipo de baloncesto, de una determinada religión, de un país, ser parte de algo hace sentir a las personas que están acompañadas, la pertenencia brinda un marco de referencia. Solo así se puede mitigar esa terrible soledad con la que tiene que convivir el ser humano, puesto que nace solo y muere solo. No obstante, el ser humano es gregario por naturaleza, necesita del grupo para vivir. A ello dedica la gran parte de su vida, a pertenecer con otros iguales en sociedad.
“Tú lo eres todo para mí y yo lo soy todo para ti, nos completamos”
Cuando un niño llega al mundo, llega siendo parte de algo. Para empezar, es parte del cuerpo que lo engendra, cuerpo del que se irá separando física y psíquicamente para poder ser alguien. No obstante, los primeros años de vida, son años de total dependencia en donde madres y padres colman de manera incondicional las necesidades del hijo.
A menudo, algunas de esas parejas o relaciones, las de la llamada dependencia emocional, buscan en el amor, parejas que colmen todas y cada un de sus necesidades de forma incondicional. Pero solo en los primeros meses de la infancia eso colma la necesidad de afecto y cariño. E incluso en la etapa infantil poco a poco se impone la realidad y llegan las renuncias. Eso es crecer, perder cosas, hacer duelos.
“Juntos somos uno, nada falta”
En los primeros meses de vida, madre e hijo son uno. ¡Y qué difícil es dejar de serlo! Todo bebé precisa de un adulto dispuesto a olvidarse de sí mismo por unos meses quedando al servicio completo de las necesidades del bebé, de su supervivencia al fin y al cabo. Cuando la separación de madre e hijo ha sido ardua, pareciera que el hijo ha sido una pegatina, de esas que no salen ni con agua caliente, así lo describen algunas madres.
A menudo se observan relaciones de este tipo, como las de madre e hijo en los primeros años de vida. En las que “sin ti no soy nada” como el bebé que sin su madre morirá, por falta calor, comida y amor. ¿Son posibles este tipo de relaciones? ¿Son satisfactorias?
En las relaciones de pareja, tras el enamoramiento, uno se da cuenta de que esa persona que parecía perfecta, es también un humano, de carne y hueso. Alguien que no lo es todo, ni lo completa todo. De pronto la idea de felicidad y plenitud eternas se resquebraja. Ese es el momento de la renuncia, toca renunciar a la idea de haberse topado con la perfección, con el ser completo que calmará todas las inquietudes habidas y por haber, que aliviará miedos, resolverá dudas, un ser que brindará de una sensación de felicidad y plenitud eterna.
Lo doloroso de la renuncia.
Cuando se menciona la renuncia, se alude a la dificultad de comprender que no existe otro que colme todas y cada una de las necesidades propias. Y también renunciar a la idea de que lo somos todo para el otro. Se alude a la dificultad de comprender que siempre estaremos en falta. Renunciar a esa idea maravillosa, implica enfrentarse a la realidad de las propias angustias, los miedos, las frustraciones. Implica que uno debe aprender a reconocer esas sensaciones y aprender a lidiar con ellas y con las dificultades de la vida, esas que acontecen en lo cotidiano y en la relación con los otros.
Las relaciones afectivas son a menudo el anzuelo perfecto para evitar la inmensidad de la renuncia. De modo qué teniendo pareja, los males se desvanecen, porque será el otro quién los ataje por uno, el otro tiene lo que uno no tiene, y así pueden complementarse. Ésta es la fantasía de quién se encuentra lidiando con la falta.
¿Es amor verdadero?
Ésta es la gran pregunta. Poder describir qué es el amor y atinar a definir cuál es el amor verdadero, es una de esas grandes cuestiones de la vida humana. De eso trata la vida, del amor y el deseo. Anhelar un amor perfecto, es la energía que moviliza para la búsqueda, en la energía que permite soñar, investigar e ilusionarse. Es una energía inagotable, tan inagotable como el anhelo del amor perfecto. Esa energía es la que mantiene con vida a los seres humanos. El inconveniente aparece cuando ese deseo se transforma en necesidad. Porque la necesidad asfixia, nubla y angustia. No permite investigar, curiosear, ni soñar.
Cuando el amor se transforma en una necesidad.
Cuando uno no ama si no que necesita del otro, se genera la dependencia. Porque sin el otro el bienestar cae en picado. “Sólo cuando estoy contigo siento que todo está bien” “Te quiero tanto que no soporto estar lejos de ti ni un día más” La necesidad extrema de estar con el otro o conocer cada paso que da, saber todo cuánto piensa, encarcelan a la pareja en un mundo que gira en torno a él. Priva de la libertad, intimidad y espontaneidad del otro coartando sus derechos. En cuyo caso más extremo, de lo que hablamos es de celos patológicos. Cuando el amor se transforma en una necesidad, cualquier cosa vale si la puedo controlar y poseer.
“Si me quisiera de verdad, no me haría sufrir de este modo” “Si me quisiera de verdad, no tendría que pedírselo” “Si me quisiera de verdad, se quedaría conmigo en lugar de ir de cañas con los amigos”
Cuando el amor se transforma en necesidad, no es posible comprender las diferencias de la pareja, ni tampoco es posible dar cabida a las decisiones y deseos propios también distintos de los de uno. A menudo se señala la dificultad o la osadía en el otro, se le culpa de lo que no hace por la pareja, sin poder captar que quizás su amor, no es amor, si no una necesidad de que el otro lo atienda plena e incondicionalmente.
Elegir pareja.
Elegir, seleccionar, escoger, implica siempre una renuncia, sin embargo, paradójicamente cuando muchos escogen pareja esperan encontrarlo todo en ella. Elegir pareja implica decidir qué sí y qué no. Es entonces cuando comienzan a repartirse en la balanza cada una de las cuestiones que se anhelan y desean frente a aquellas que bajo ningún concepto se tolerarían. Elegir no es fácil, pero será imposible si lo que media es la necesidad, puesto que la necesidad asfixia presiona y oprime empujando a una elección precipitada e insatisfactoria.
Ningún sacrificio es desinteresado.
En las relaciones de pareja se sortean a pares los esfuerzos y sacrificios. Dicen del amor que es generoso y desinteresado. Pero en la dependencia emocional a menudo, la decepción y dolor vienen acompañados de reproches, de todo aquello que se esperaba a cambio de cada esfuerzo “desinteresado” por el otro. Quién se haya recogiendo los pedacitos de su corazón después de un desengaño amoroso, a menudo ha descubierto que nada de lo que dio le ha sido devuelto o peor aún que todo a lo que renunció por “amor” al otro no le fue compensado del mismo modo.
Dejar de tener tiempo para uno mismo, dejar de salir con amigos, dejar de lado aficiones placenteras y satisfactorias, adaptarse a costumbres o rutinas de la pareja obviando las propias. Son algunos de los grandes sacrificios que uno hace, para que el otro devuelva. Uno deja de hacer cosas por el otro para que éste haga exactamente lo mismo. Pero cuando la pareja decide preservar algo de lo propio, cuidar sus amistades, aficiones y sostener sus decisiones, al amado se le rompe el corazón, perplejo de tanta osadía.
“Como se atreve a hacerme esto, con todo lo que he hecho por él” “De no haber sido por mí, por mi apoyo, mis consejos, no habría llegado a donde está ahora y así me lo paga” “¿Qué más quería de mí?” “¿Qué más podía haber hecho para que se quedase a mi lado?”
El equilibrio de lo recíproco.
En el amor, en las parejas y en las relaciones de afecto en general, se hacen esfuerzos y sacrificios por el otro. Esto es así, no obstante, será importante que se establezca una dinámica de reciprocidad en dónde, uno da, pero también recibe. Ya que de lo contrario la situación será insostenible. Dar y no recibir, cansa, agota y enfada. Porque está bien cuidar a un ser querido, pero también es preciso y necesario, el sentirse querido. “Estoy cansada… de decir todos los días” “Estoy cansada de pedirle que…” “Estoy cansada de asumir…” Cansadas y agotadas, así terminan especialmente las mujeres tras relaciones que han fracasado. Cansadas de estar al cargo de las cosas, cansadas de esperar la reciprocidad de lo que han dado o sacrificado, cansadas de dar todo cuanto han dado a pesar de que mientras lo daban se sentían completas, llenas y satisfechas.
Lo importante de saber y poder pedir.
Pedir no es fácil. A muchos esto les supera. Puesto que pedir implica para ellos que el otro no puede, que no lo pueden todo. ¿Cómo no va a poderlo todo? Pedir es aceptar que algo falta. Para muchos, pedir, es humillarse, es ser débil. Pedir baja automáticamente del pedestal de todo poderoso a aquel que siempre lo puede todo, o que al menos cree que siempre lo puede todo.
¿Y si no lo puedo todo, me van a querer igual? A menudo, detrás de esa fiera exigencia del poder con todo se encuentra el temor a que los de alrededor dejen de quererlos, creen firmemente que los demás, la familia, los amigos, no van a tolerar ni a concebir que son limitados, humanos, vulnerables y que sencillamente no lo pueden todo. Esto implicaría confiar en que esos que le rodean podrán soportarlo, podrán observar y comprender que efectivamente son de carne y hueso, de que a todo no llegan y de que todo no se puede. Implica confiar en los que le rodean, en que ellos también pueden hacerse cargo y entonces así podría alcanzarse algo de lo recíproco.
Las limitaciones, los límites, delimitan y protegen.
Trazar un límite, es poder decir: ¡Esto, no! ¡Así no! ¡Hasta aquí! Implica tener claro que sí y que no se puede aceptar y tolerar. Qué sí, es legítimo y que es inadmisible, inaceptable. Significa poder anunciar que ya no se puede más, que se es humano, vulnerable. Está muy relacionado con saber pedir, pedir una tregua, un cambio.
Poder poner un límite a tiempo, es haber podido cuidarse, protegerse, de vínculos que consumen, que abusan y que exterminan. Poner un límite a tiempo es poder decir ¡Basta, lo dejamos! Pero no es fácil, porque implica reconocer muchos matices, detalles que no siempre son fáciles de tramitar, cuestiones como la renuncia, la falta, la completud. Implica atravesar miedos y angustias, reconocer la necesidad para trabajarla y manejarla sin que ésta lo arrase todo. Poner un límite permite encontrar la dirección al equilibrio. Las limitaciones forman parte de lo genuinamente humano. Reconocer las limitaciones, libera del peso de la exigencia.
Os dejamos un breve decálogo a modo de resumen:
- El autodiagnóstico: la dependencia emocional. Alcanzar el reconocimiento de que algo que causa malestar sucede en uno mismo es el primer paso para poder trabajarlo y resolverlo.
- El afecto, es vital para la supervivencia de todo ser humano.
- Con la completud, se elude la falta. Encontrar la media naranja, alguien que me complete, sostiene la fantasía de que es posible eludir la falta.
- Lo doloroso de la renuncia. La renuncia alude a la dificultad de comprender que no existe otro que colme todas y cada una de las necesidades propias.
- El amor y el deseo son los motores de la vida humana.
- No es amor, es necesidad. Cuando el amor se transforma en necesidad, la necesidad asfixia, oprime, desaparece la libertad.
- Elegir, implica renunciar y asumir que quizás todo no se puede, pero algo de lo que se desea sí.
- En la dependencia emocional, ningún sacrificio es desinteresado.
- El equilibrio de lo recíproco es necesario en el vínculo con otros. Dar satisface, pero también se necesita recibir.
- Poner límites, saber pedir, implica reconocer lo genuinamente humano, permite equilibrar la balanza hasta lo recíproco, permite liberarse de la exigencia de tener que poderlo todo, incluido lo intolerable.
Escrito por: Rocío Mallo. Psicoterapeuta. Equipo Clínico de Psicoafirma.
Bibliografía.
Michelena, M. (2015) “Mujeres que lo dan todo a cambio de nada. Juega bien tus cartas en el amor”
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