Cuidar, criar, educar; niños sanos y felices.

Cuidar, criar y educar; tres palabras clave para la crianza de un niño. Cuidar tiene que ver con, proteger, defender, poner atención. Criar implica lo nutricio, en el más amplio sentido del término. Y educar tiene que ver con lo instructivo, aquello que en último término nos inserta en una sociedad. Cada uno de estos aspectos serán de vital importancia para la crianza de un niño.

Será importante saber que la tarea de cuidar, criar y educar a quién crece, implica atravesar dificultades y conflictos inevitables. Esto así puesto que cada conflicto y cada dificultad tienen que ver, casi siempre, un nuevo hito evolutivo, lo que va a permitir el crecimiento madurativo.

La infancia.

Ese primer tiempo de la vida, en que ocurren tantas cosas importantes y frente al que muchos padres y adultos se interrogan constantemente. ¿Qué ocurría cuándo no había tanto experto? ¿A caso se ha extinguido la humanidad? Sin caer en el reduccionismo de que siempre se ha criado a los hijos y nunca ha pasado nada, lo verdaderamente importante es poder parar y encontrar un punto medio. La infancia no es fácil porque sitúa a padres e hijos ante la angustia y la frustración casi constante. Y ¿Qué se hace para evitarlas? Precisamente nada, salvo situaciones graves o especialmente complejas en las que la crianza y el crecimiento se detienen, y lo que acontece no permite avanzar, cuando aparece la frustración es porque es parte del proceso.

Los miedos en la infancia.

Durante la infancia se dan distintos miedos entre los que suele ser frecuente el miedo a la oscuridad. Éste es un miedo abstracto, puesto que ¿Qué es la oscuridad? Ante un miedo de este tipo, lo que habitualmente pide un niño es la presencia de un adulto. Algo que también ayuda a algunos niños frente a este miedo es el poder tener una luz encendida. Más tarde este tipo de miedos se transforman en el miedo a que le pase algo a esas personas que los acompañan, habitualmente, los padres.

En el fondo los niños no quieren quedarse solos. Surge una angustia ante la distancia física con los padres. Es la expresión de la primera inscripción de lo extraño en el niño. Recuerdo una niña en consulta que a sus 9 años tenía miedo a la oscuridad pero que tampoco podía separase de sus padres durante el día, necesitando incluso, ir de la mano con ellos en numerosas ocasiones.

El miedo de los padres.

Los adultos también tienen miedos, y éstos los apoderan cada vez más. Digo esto porque se percibe en la sociedad actual. Se buscan con ansiado interés breves manuales de instrucciones, pautas que digan ¿Qué hacer? ¿Cómo hacer? ¿Cuándo hacer? Lo vemos en las consultas, adultos que piden pautas, que quieren saber que deben hacer para dejar de sentirse angustiados. Y padres que acuden a que el experto les diga que deben hacer para que su hijo sea de tal o cual modo. Quizás la pregunta en algunas ocasiones sea ¿Qué buscan realmente? ¿Hijos perfectos? ¿Ser padres perfectos?

Niños perfectos, ¿padres perfectos?

Bien es cierto, que existen modos más adecuados o inadecuados de criar. Pero no por el hecho de que algo esté bien o mal, si no por lo beneficioso o perjudicial que pueden resultar algunos modos de crianza a un niño, tanto en su momento actual como para el futuro adulto que llegará a ser. Sabemos que es preciso cubrir necesidades básicas pero que el afecto es también de vital importancia. ¿Y con eso ya está, es suficiente? En consulta comprobamos que no. Creer en esto, en que este es el modo, es lo mismo que reducir la complejidad de lo humano a la complejidad de un mecanismo de una máquina. Son precisamente las máquinas las que producen a la perfección cada objeto que producen. Siempre la misma máquina, y siempre el mismo producto.

¡Que mi hijo sea feliz!

Este es el deseo que todo padre trae consigo para sus hijos. Y además de éste, existen muchos otros de los que es difícil percatarse. Veamos algunos; ¡Que le vaya bien en la vida!, con el consiguiente concepto particular del “ir bien en la vida”. ¡Qué haga lo que quiera pero que tenga formación!, ¡Que se dedique a lo mismo que yo! Que se dedique a eso que siempre fue mi pasión, pero en lo que nunca llegué a adentrarme. ¡Qué permanezca siempre cerca! Qué no tenga ideas muy distintas a las mías, ya que tengo una fiel convicción de ellas y se que son las correctas. Y un largo etc. porque los deseos más íntimos de cada quién crecen en lo más profundo de nuestro ser entrelazados con los deseos que pusieron en uno mismo aquellos que fueron referentes.

¡Los consejos prácticos! ¿Cómo de prácticos son realmente?

Es importante poder detenerse a pensar, pero es precisamente lo más complicado en la actual sociedad de lo inmediato. Una sociedad en la que nos inundan la “fast food”, la “fast fashion”, y los “tips” a los que podríamos llamar también, consejos rápidos.

Dígame ¿Qué debo hacer? Con esto se busca un consejo rápido y sencillo que resuelva de un plumazo algo de ardua complejidad. Reiteradamente me surge la pregunta de ¿Por qué tanta prisa? ¿Cuál es la urgencia? ¿Y cuál la dificultad de detenerse a pensar? Lo cierto es que a priori, la urgencia responde en estos casos a la angustia experimentada. Cuanta más angustia, más urgencia. Y eso precipita la búsqueda frustrante de consejos rápidos.

¡Paso a paso, cada cosa a su tiempo!

Ante demandas de este tipo formuladas por padres que acuden a consulta, es posible llegar a comprender la distancia que existe entre permitir que un hijo sea feliz y exigir que sea de un modo determinado. No es una tarea fácil, y requiere de tiempo y esfuerzo. Eso es lo más complejo.

Son precisamente esos manuales de instrucciones al modo de la producción industrial, los que no permiten alcanzar una respuesta satisfactoria y frustran a padres e hijos. Y precisamente lo que más satisfacción y libertad dará a un padre será el hecho de tomar sus proprias decisiones al respecto de cómo educar a su hijo. En este proceso los profesionales que los acompañamos tratamos de conocerlos bien (en primer lugar) para poder mostrarles eso que genera esa distancia que los frustra. Lo particular de cada padre y lo particular de cada hijo, para que luego puedan decidir que hacer y como hacer. Aquí está lo humano, en lo particular y subjetivo de cada quién.

¡De la angustia a la urgencia, y de la urgencia a la consulta!

Es preciso decir, que los padres que consultan son siempre padres preocupados e implicados. Padres dispuestos a hacer esfuerzos por sus hijos y padres dedicados al bienestar de sus hijos. No dejaré de insistir en que no será tarea fácil, pero algo de esto traen consigo cuando acuden a consulta. Y esto no es trivial, puesto que la tarea de detenerse y pensar, es compleja, pero éstos que acuden, llegan con la disposición para ponerse a ello.

¡Para mi tampoco fue fácil! ¡Quería evitar que le sucediese a él!

Los profesionales que nos tomamos nuestro tiempo para conocer a los chicos y los padres que llegan a consulta, sabemos que el tiempo es preciso para poder decir, eso que en el fondo se intuye y se piensa. En un primer momento, el problema puede ser “su impulsividad”, “no se esfuerza”, “el móvil”, “los videojuegos”, “no respeta a los adultos”, “lo tiene todo y no lo aprovecha”, “tiene miedo a dormir solo” entre muchos otros, pero con el tiempo y el trabajo, se observa que las cuestiones son otras. Esos son los motivos que se pueden percibir en lo cotidiano, encontrar la causa de dichos motivos es la tarea de la terapia. Hallada la causa, los propios padres sabrán que hacer.

Lo preguntamos todo desde el principio ¡La teta!

La lactancia materna es un tema de mucho interés y acusada discusión en la actualidad. ¿Qué es mejor?, ¿Porqué es mejor?, ¡Cómo debe hacerse?, ¿Dónde?, ¿Hasta que edad…? Ya no sólo se debate sobre la alimentación o lo que nutre sino que también se pone sobre la mesa la cuestión de lo emocional, el vínculo del bebé y su madre. Parece que el vínculo o un buen vínculo solo se establece si se da de mamar a un hijo, pero lo cierto es que ese vínculo no depende del pecho, o al menos no solo se despliega a través de amamantamiento.

El momento del destete.

¿Qué es realmente destetarse? Es mucho más que el hecho de perder el hábito de comer de la teta ya que más allá de lo que atañe a lo fisiológico, comer tiene una función psíquica importante. Representa el primer acto psíquico de constitución del niño como sujeto. Es uno de esos primeros pasitos de crecer, se pasa a otra cosa, a lo siguiente, asumiendo que nunca se volverá a lo previo.

El niño rechaza el alimento por primera vez. Ya no quiere más, o al menos no así. Lo expresa mordiendo el pezón, girando la cara, pueden darse vómitos… Esto no solo se da con la teta, a veces llega más adelante cuando ya se han incorporado alimentos sólidos y de pronto el niño deja de comer, o ya no quiere comer esto o lo otro.

Algo en la relación con quien amamanta va a cambiar y consiguientemente con el mundo y los demás. Un cambio como este no suele ser agradable, algo de lo previo se pierde y genera una ligera tristeza en el mejor de los casos, y es algo de este u otros sentimientos experimentados lo que hace difícil de asumir dicho cambio. Tras esto muchas otras cosas están por llegar.

¿Crueldad, torpeza o infancia?

Se suele decir, que los niños son crueles y que lo son porque son honestos, sin una moral que los frene y los contenga. Ante esta afirmación generalizada, Luciano Lutereau habla de que algo de esto, también tiene que ver con lo que los niños pueden hacer frente a determinadas situaciones con su propio cuerpo. “Pone el cuerpo para afrontar los conflictos lo que puede ser un recurso muy costoso psíquicamente” (Lutereau, 2018).

La torpeza y la cualidad de ser bruto, se adjudican a algunos niños que se caen y se hacen daño constantemente o que dañan a otros que juegan con ellos. Los adultos tienden a atribuir a estos actos una intención deliberada del niño que daña culpándolos. Los responsabilizan de eso que ha ocurrido. Los niños no tienen esa conciencia de daño, si no que son niños y así transcurre la infancia. Son los adultos quienes deben estar atentos para acompañar y cuidar en cada momento.

Si un niño empuja a otro y el segundo sale con una gran herida y un gran susto, cabría pensar que el primero no buscaba ese efecto, si no que estaba inmerso en el juego hasta tal punto que en su impulso de jugar dañó colateralmente al otro. También precisan de un adulto que les marque el camino, lo que si se puede y no se puede hacer.

El niño egoísta.

Ni pudor ni vergüenza son cuestiones que interpelen a los niños. Para ellos no han sanción moral, todavía. A diferencia de los adultos, todavía no tienen esa capacidad de estar fuera de sí mismos. Ésta es la capacidad que más tarde permite “hacer caso”. Por tanto, todavía no conocen ni experimentan muchas de las cosas “que no se deben hacer” y esto puede percibirse como un niño caprichoso o egoísta, que solo piensa en lo que él quiere. ¿Atendemos a niños o a adultos? Las conductas de los niños difícilmente se adecuan a las expectativas de los adultos. Los adultos por el contrario sí.

¡Cuando un niño quiere algo!

Durante la primera infancia, cuando un niño quiere algo, lo que realmente quiere es hacerlo propio, o incluso poseerlo. Es un tiempo en el que no se renuncia a nada. Y no es posible compartir. Cuando el niño logra aprender a compartir, entonces lo que sucede es que quiere todo aquello que quiere el otro.

En el transcurso de este crecer, es fácil encontrar a padres y educadores que riñen a niños que obstinadamente quieren algo sin atender a razones, y precisamente de eso se trata, no hay razón que cale en ellos. Y por tanto tampoco comprenderán ninguna que se les intente dar.

Atender a la infancia pasa por distanciarse del pensamiento adulto y de la moral que nos estructura, puesto que el infante todavía está en otra.

¡El berrinche entre los dos o tres años!

Éste es el nombre que los adultos ponen a la escena que se forma en la discusión entre el niño que quiere algo y el adulto que le explica porque no puede ser. Desde bien pequeños los niños atienden de forma obediente a las indicaciones de los adultos. En un primero momento este es el modo a través del cual pueden relacionarse, asumen y se apoderan eso que el otro les dice, haciendo un claro ejercicio de su afirmación. El siguiente momento torna distinto ya que se pasa de la mera obediencia al desafío.

Los niños aceptan y aprenden lo que los padres y educadores les enseñan, ahí siguen obedeciendo, pero al tiempo que se adecuan al orinal, aprenden a retener, a compartir y relacionarse con otros, surge en ellos la necesidad de imponer algo de lo propio, y entonces aparece el berrinche, quieren algo que no puede ser o cuando no puede ser. No obstante, una realidad real de todo niño es que en el fondo de sí mismos sienten culpa reforzada por el temor de que los padres se enfaden.

En resumen, en lo relativo a la crianza:

  • La infancia implica una constante frustración y angustia. No por ello se torna insoportable.
  • Los miedos son esperables y naturales en la infancia, forma parte del proceso de crecer y separarse.
  • La teta y el destete, cuidar y comer para crecer. La negativa a comer, a veces significa estar creciendo.
  • Los “tips”, consejos prácticos sobre la crianza, no son tan prácticos, ya que cada padre y cada hijo, y cada interacción que los envuelve, son diferentes.
  • Seguir consejos de otros, tampoco es fácil y ante el fracaso del mismo, llegará la culpa. De este modo se añade otra angustia, otro problema al previo.
  • Los sentimientos paternos son complicados.
  • En el fondo, uno siempre sabe que algo del actual problema y de la actual angustia trae consigo muchos antecedentes.
  • La verdadera satisfacción se obCuidar, criar, educar; niños sanos y felices. tendrá de la toma de decisiones propias.
  • Las mejores decisiones propias se alcanzan tras una exhaustiva valoración de lo que angustia y a quienes angustian.
  • Es de vital importancia no observar lo infantil con los mismos ojos que se observa y se vive lo adulto, puesto que nada tiene que ver una etapa con la otra. Los niños no son tiranos, ni egoístas, ni obstinados.

 

“Los niños no se crían solos, requieren de vínculos que atiendan a su singularidad” (Lutereau, 2018)

 

Escrito por: Rocío Mallo, Psicoterapeuta, Equipo Clínico de Psicoafirma.

Bibliografía

Lutereau, L. (20128) Más crianza menos terapia.

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