TDAH y las etiquetas diagnósticas.

¿Sabes qué es una etiqueta? ¿Conoces el alcance que puede tener sobre un niño o adulto la etiqueta diagnóstica? 

¿A qué se debe la prevalencia del TDAH? ¿Es un trastorno real? ¿Escuchamos realmente a los niños con supuesto TDAH? ¿Se atiende a la necesidad emergente? ¿Es posible lograr una mejoría con tratamiento farmacológico? ¿Cómo de importante resulta el trabajo terapéutico?

Haremos algunas anotaciones acerca del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad TDAH. Éste es un diagnóstico muy popular desde sus comienzos y se ha hecho cada vez más presente en la sociedad. Es mucha la literatura científica que existe al respecto y por tanto complejo el análisis en profundidad sobre el tema. Os invitamos a reflexionar sobre algunas cuestiones.

 

TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) Etiqueta diangnóstica

¿TDAH o comportamiento característico de la infancia?

Las etiquetas, los diagnósticos y las personas etiquetadas con diagnósticos.

Un diagnóstico, es un nombre que ayuda a reconocer. En el caso de la psicología o la medicina, ayuda a identificar una patología o un malestar. Es un lenguaje que orienta hacia una solución o mejoría del actual estado físico y psíquico. Nadie discute lo beneficioso que puede llegar a ser un diagnóstico, pero ¿Se conoce realmente lo contraproducente de algunos de ellos?

Un diagnóstico es una etiqueta, y son estas etiquetas diagnósticas las que generan cierta controversia ¿O quizás lo controvertido es la eficacia de un diagnóstico guiado por una clasificación clínica? ¿Por ser ciencia es exacta, 100% fiable? ¿Lo inexacto es la ciencia o lo somos las personas? Éste sería un tema de largo debate, pero centrémonos en las etiquetas diagnósticas.

TDAH y las etiquetas diagnósticas.

Aspectos a cuestionar.

Niños y adultos por igual, interiorizan el nombre de la clasificación diagnóstica que según el especialista, describe su malestar o al menos parte de él. Interiorizar una etiqueta diagnóstica significa entenderse a sí mismo de acuerdo a ese nombre de tal forma que desde ese instante uno es por ejemplo, un depresivo, una anoréxica o un hiperactivo.

Podría decirse que dotan de una cierta identidad al individuo, permiten una nueva identidad que lo explica y justifica todo. Hablamos de que la interiorización de la etiqueta ejerce un efecto autoconfirmatorio.

Las etiquetas vienen a nombrar aspectos que ya existen en el sujeto pero lo adultera con otros tantos que completa el diagnostico según su descripción clínica. Cumpliendo todos o casi todos los criterios que la literatura científica exige.

¡Lo legítimo por la ciencia!

Éstas, también funcionan en cierta medida, como una forma de exclusión legitimada científicamente. Llegando al extremo de normalizar la anomalía, ya que algunos diagnósticos están socialmente aceptados y mejor considerados que otros.

Si pensamos en el ejemplo de un niño al que se podría definir como “un niño movido”. Esto significa que le damos un margen de maniobra en el q ese movimiento puede tener aspectos positivos. En este caso uno puede hacerse a la idea de que este niño será un niño expresivo, espontáneo, despierto, activo, con iniciativa, etc. Pero una vez más, también puede asociarse a aspectos negativos suponiendo que una actividad tan “intensa” le reportara dificultades en determinados momentos de su vida (Ubieto, J.R. y Pérez, M. 2018).

 

Etiquetar tiene el efecto de fijar algo que todavía está en construcción.

El ser humano es un ser dinámico, crece y cambia del mismo modo que cambian el entorno y las circunstancia de su día a día. El movimiento, la agitación, actividad motora por encima de lo considerado como normal, será considerado como algo sintomático lo que se transforma en algo patológico.

Lo cierto es que cada quien asume “la etiqueta” de una forma particular y característica. Algunas personas buscan una etiqueta o tratan de que el especialista se la confirme. Tener una etiqueta, tener un nombre, significa tener certezas sobre aquello que a uno le sucede. “Por fin se lo que tengo” “Lo que pasará será… lo recomendable entonces es…”

En el mejor de los casos la persona en cuestión se pondrá manos a la obra iniciando el tratamiento recomendado, pero también existen los casos en que la etiqueta desplaza la angustia y la puesta en acción no se da.

 

¿Para qué funcionan las etiquetas?

La etiqueta en este sentido cumple una función, destierra la incertidumbre y acoge a las certezas, o al menos a alguna de ellas. De este modo uno sabe a qué se enfrenta, entiende aquellos síntomas que experimenta. En este sentido, uno también puede consultar al especialista las dudas que le surjan, puesto que éste, basado en la experiencia y en la ciencia, tendrá respuestas.

No obstante, entre los peligros de la etiqueta, encontramos el de quedarse simplemente en ella. “Lo que tengo es…” y ya está, uno se queda más tranquilo pero no hace nada al respecto. Normalizando y haciendo propio dicho diagnóstico. En ocasiones las etiquetas protegen o justifican a las personas, permitiéndoles adaptarse mejor a la sociedad en la que viven. También proporcionan al individuo una guía de actuación dando lugar a las respuestas que los demás esperan de ellos. Para algunas personas la etiqueta viene a ser una profecía autocumplida.

 

¡Cuando la etiqueta eximen de responsabilidad!

Las etiquetas eximen de responsabilidad en una incontable cantidad de ocasiones. Los niños, por ejemplo, aprenden a no tener responsabilidad sobre sus propias acciones, puesto que su conducta o parte de ella viene causada por “su problema” o trastorno. Entendiendo éste como algo inamovible. ¿Ayuda esto a la mejoría del TDAH?

Frente a esta realidad uno puede acomodarse, resignarse o adaptarse al trastorno, padeciendo los efectos adversos que genera en lugar pero también aprovechando el margen que proporciona el síntoma para dejarse llevar, saltarse las normas o justificar los fracasos diarios en las tareas obligadas. Hoy en día observamos que algo de “la rebeldía” del TDAH se hace presente.

¡La prevalencia del diagnóstico!

El TDAH es un diagnóstico de gran prevalencia hoy en día, sobre el que pesa la polémica del sobrediagnóstico e incluso también la del infradiagnóstico. ¿Es real esta prevalencia o estamos cometiendo errores en los diagnósticos?

Echando la vista atrás en el tiempo, observamos como en un primer momento el diagnostico de TDAH era un diagnóstico propio de la infancia. La realidad actual es que ya se considera oportuno en la adolescencia e incluso en la edad adulta.

 

La responsabilidad en la escuela.

Los centros educativos, están sometidos a la  presión de los sistemas escolares de cada país. Deben mantener un rango determinado en la escala de rendimiento. Deben estar a la altura de lo que exige la escala PISA*, dejando en buen lugar a la nación.

Éste es un problema real de la estandarización de la enseñanza, que además fomenta la competitividad entre los países acerca del rendimiento escolar. Medir de forma estandarizada el rendimiento escolar muestra aquellos niños que no se adecúan al mismo. Un rendimiento obtenido con pruebas estándar que divide a niños que fracasan y niños que alcanzan el éxito.

El mal rendimiento de aquellos niños que no obtienen el éxito en dichas pruebas estándar, es un lastre para el rendimiento global del aula o del país. Diagnósticos como el TDAH elimina a estos “niños fracaso” del cómputo general, justificando el mal rendimiento como un problema individual del niño.

La importancia de lo singular.

De lo que hablan los expertos es de que el TDAH es el resultado de un fenómeno que se ha ido asentando y extendiendo a lo largo de mucho tiempo. Si recordamos el aspecto dinámico y singular de cada individuo, podremos reflexionar sobre las diferencias individuales y como éstas pueden derivar en resultados dispares frente a pruebas y métodos estándar.

 

¿Deberíamos entonces atender a esas diferencias? ¿Está nuestro sistema educativo capacitado para atender las diferencias?

Es una problemática asociada mayormente a la infancia y sale a flote en la edad escolar, cuando los niños pasan de estar en casa o la guardería a la escuela. La escuela es el momento en el que todo adquiere un tono mucho más estandarizado. Un lugar en el que se supone que los niños debieran estar sentados, tranquilos y atentos algo para lo cual no tienen hábitos.

Retomando la idea de la singularidad de cada sujeto es fácil comprender que unos tendrán más facilidad para adquirir hábitos y adaptarse a los cambios que otros. Tampoco podemos perder de vista la cuestión de que quizás el problema es otro ¿Cuál será entonces? ¿Qué viene a decir un niño con una actividad y un comportamiento significativamente distinto al de sus iguales y etiquetado habitualmente cómo TDAH?

 

Comportamientos propios de la infancia.

Pensar en las conductas que etiquetan a un niño como TDAH nos lleva a pensar en que algunas de estas son propias de la infancia, moverse mucho, ir de un lado a otro, tocarlo todo, prestar atención a algo que no es aquello que el profesor en el aula exige en ese momento, etc.

En un aula nos podemos encontrar a 20 alumnos con un único profesor. Este profesor debe lograr los mismos objetivos con todos y cada uno de sus alumnos por igual. Por tanto es fácil que al menos un alumno sea diferente al resto de compañeros. Quizás más inquieto, más despistado o con un bagaje anterior diferente.

 

¿Puede realmente un mismo profesor atender a las diferencias de sus alumnos?

La respuesta es ¡No! Frente a la diversidad, la tarea se complica pero la exigencia de obtener determinados resultados apremia. Aquí empiezan las “clasificaciones” que surgen del aula. Aparece el niño TDAH, quién precisamente mejora cuando se le concede una atención, habitualmente extraescolar, que dentro del aula no podía recibir.

Cuando decimos conceder atención, nos referimos a que a través de un espacio diferente y con una mirada diferente, un profesional escucha y atiende a las necesidades de ese niño para que alcance los resultados mínimos esperados. Esto nos recuerda dos cosas, la importancia y papel del profesional, y la singularidad de cada sujeto (una  vez más).

 

El fármaco limita.

Lo cierto es que en las recomendaciones de tratamiento para un TDAH se incluye el tratamiento farmacológico, y éste reduce considerablemente la posibilidad de vínculo con el niño. Limita la posibilidad de actuación del profesional.

Es importante poder prestar atención a la naturaleza sintomática del TDAH de cada caso en particular. La evidencia del caso por caso, muestra que en ocasiones existe un problema emocional de base que invade con angustia al niño produciendo como resultado la imposibilidad de atender a lo preciso y la necesidad de actuar, un cuerpo en “excesivo movimiento”.

El TDAH y su historia.

Observar la trayectoria del TDAH, supone indagar en las polémicas que ha suscitado casi desde su inicio hasta la actualidad. ¿Existe o no existe? ¿Sobrediagnóstico o infradiagnóstico? ¿Tratamiento farmacológico o tratamiento multimodal? ¿Síntomas o trastornos? La realidad que uno se encuentra en la literatura científica y entre los trabajos de multitud de expertos es  la de que los datos son muy variables. Y esto es un hecho importante a destacar.

 

¿A qué responde esta variabilidad?

José Ramón Ubieto, habla en uno de sus textos sobre el TDAH, de esta variabilidad. En el siguiente fragmento señala la variabilidad que existe desde los propios manuales de diagnóstico. “Las enfermedades son, por su propia naturaleza, entidades heterogéneas y por ello la próxima revisión (la undécima) de la clasificación de enfermedades de la OMS reconoce que una etiqueta enmascara la variabilidad existente dentro de la enfermedad, incluidos mecanismos causales manifestaciones clínicas y factores de riesgo.

Los propios manuales de diagnóstico, se revisan para ser reeditados con nuevos criterios e incluso añadir nuevos trastornos. ¿Supone esto una mejora para el diagnóstico? ¿Por qué tenemos entonces una sociedad con más trastornos a medida que pasa el tiempo?  

 

Continuamos con las paradojas y controversias del TDAH.

Aquellos etiquetados como TDAH, ¿mantienen constantes los síntomas que describen los criterios del diagnóstico? Junto a la inquietud, la desatención, la hiperactividad… aparece lo contrario. Esos niños que no paran ni atienden en clase, sí son capaces de permanecer inmóviles e hiperatentos frente a una pantalla (videojuego, teléfono móvil, etc.) o cualquier cosa que les genere verdadero interés.

 

Manuales diagnósticos.

Lo más habitual entre profesionales de la salud, es hacer el diagnóstico del TDAH sobre los criterios marcados en el DSM. Éstas son las siglas en ingles del conocido Manual diagnóstico y estadístico de Sociedad Americana de Psiquiatría, el cual permanece actualmente en su quinta edición.

Lo significativo de la descripción del TDAH en este manual, es la labilidad de la propia  descripción. Cada uno de sus criterios los cuales comienzan por un “A menudo…”. Se podrá determinar el diagnóstico siempre y cuando se cumplan seis “o más” criterios. ¿Cómo de fiables y válidas serán las apreciaciones basadas en un “a menudo” “o más de seis”? A menudo puede significar tres veces al mes o cuatro a la semana, las cuales vendrían a sumar un cómputo de 16 al mes.

Lo que se espera del profesional, es que evalué al detalle la singularidad y circunstancias del niño paciente. Cómo se dan los síntomas, cuándo, porque en unas circunstancias si y en otras no. Lo que debe hacer un buen profesional es un buen diagnóstico diferencial, es decir, barajar la posibilidad de que el diagnóstico sea otro. El profesional no debe cerrarse a un único diagnostico. Lo más importante es poder observar y escuchar atentamente al sujeto tanto al sujeto en cuestión, como a familiares y maestros.

 

 Disparidad entre manuales diagnósticos.

La OMS (Organización Mundial de la Salud) tiene otro sistema de clasificación diagnóstica llamado CIE-10 (mencionado más arriba). Si comparamos este sistema con el DSM (Manual diagnóstico y estadístico de Sociedad Americana de Psiquiatría) se observa que muchos niños diagnosticados sobre la base del DSM, no lo serían de acuerdo a los criterios de la CIE-10 (Pérez Álvarez 2018).

 

¿Reconoces familiar algo de lo descrito en este artículo?

Algunas recomendaciones ante la sospecha de TDAH

  • Ser capaces de observar al niño en diferentes entornos, e interacciones (casa, ocio, familia, cole). Evitando dictaminar un síntoma por su comportamiento en un ambiente concreto como puede ser el aula.
  • Ser capaces de cuestionarse cuál es el significado de la conducta concreta o el síntoma en su totalidad. ¿A qué responde este comportamiento?
  • Evitar dotar de identidad al niño a través del TDAH “Es porque es un TDAH”
  • Prestar atención a la necesidad de Etiquetar al niño, necesidad de poner un nombre. “Estaba desesperado pero por fin nos han dicho lo que tiene, TDAH y ahora estamos más tranquilos”
  • Valorar si detrás del problema existe una necesidad de ajuste emocional.
  • Esforzarse por comprender y respetar la infancia con sus dificultades y exigencias.
  • No perder nunca de vista la singularidad de cada individuo/niño.
  • Comprender y acompañar al niño en su singularidad.

 

*Las siglas PISA corresponden al nombre del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos. En inglés Programme for International Student Assessment. Se centra en el reconocimiento y valoración de las destrezas y conocimientos adquiridos por los alumnos al llegar a sus quince años. Trata de recoger información sobre esas circunstancias para que las políticas que pudieran desprenderse del análisis de los resultados de la prueba atiendan a los diferentes factores involucrados.

Escrito por: Rocío Mallo. Psicoterapeuta. Equipo Clínico. Psicoafirma.

Bibliorgafía

Ubieto, J.R. Pérez Álvarez, M. (2018) Niñ@s Hiper;infancias hiperactivas, hipersexualizadas, hiperconectadas. Ned ediciones.

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