El amor es algo de difícil descripción. Forma parte de la vida humana y de algún modo se precisa de ello para dotar de sentido la existencia. Es difícil definirlo, encontrarlo, escogerlo y e incluso en ocasiones, es difícil experimentarlo de forma sana y plena, sin peligro, sin dependencia, sin dolor.
¿El tiempo lo cura todo?
“El tiempo lo cura todo”, “Un clavo saca otro clavo” “Se te pasará, solo necesitas tiempo” Éstas son frases comunes ante el mal de amores. Pareciera que un inmediato sustituto o el sencillo transcurrir del tiempo pudiesen ser antídoto de un corazón roto. Pero las cosas nunca son tan sencillas. Existen amores que engancha, que atrapan, que ni comen ni dejan comer. Que no funcionan, pero tampoco terminan, historias que duran años y años prácticamente intactas, en la misma dinámica que ni avanza ni termina, sólo se eterniza.
¿Qué es lo que no puede curar el tiempo?
En el amor, hay algo que tiene que ver con uno mismo. Algo de lo propio se percibe a través del otro. “Cómo me mira… me hace sentir tan especial” En el enamorado pueden captarse todas y cada una de las cosas que uno desea. Lo que no tenga, se le pone. ¿Con tanto adorno que le puede faltar?
Mientras el enamorado devuelve el fiel reflejo de aquello más deseado, uno puede sentir plenitud y completud absoluta, pero cuando éste deja de devolver al otro ese reflejo de lo propio pareciera que le amputan una parte de sí. Son muchos los testimonios que aseguran sentir como se abren literalmente sus carnes ante el dolor del desamor. “Es como si me hubiesen extirpado algo de lo más profundo de mi ser” “Algo de lo propio, que puse en ti, ya no está en mí porque tampoco lo veo en ti” “¿Cómo pude ser tan necio?” “¿Cómo pude estar tan ciego?”
El dolor de la entrega total y absoluta, es un dolor profundo que requiere de una gran labor para lograr sanar. No sólo se pierde al amado, también se pierde literalmente algo de uno mismo. Si perder al amado es doloroso ¿Cuánto de doloroso será perder también algo de uno mismo? Nada de esto se cura con el sencillo paso del tiempo.
“Dependencia emocional”
Con estas dos palabras definen muchas personas aquello que les sucede, aquello por lo que sufren y que de alguna manera las consume. Han comprendido que es una dependencia, que sin él o sin ella, no pueden pensar, no tienen apetito, ni ánimo apenas para nada en la vida. Esa persona lo invade todo, incluso a uno mismo, hasta tal punto que rozan el aniquilamiento. Así es como llegan a consulta las personas que sufren la llamada dependencia emocional; destrozadas, aniquiladas, profundamente heridas y sometidas.
En la escucha de su relato, es fácil reconocer una y otra vez la misma trama, una trama insertada en diferentes historias cada una con sus propios personajes. En la historia, dos personas se conocen y de pronto, se prende la mecha. Ambos están hechos el uno para el otro, la pasión y el deseo los atraviesa, también el amor, ¡a priori!
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Algunos breves testimonios:
“Es la mujer de mi vida”, “No dejo de pensar en él”, “Con una mirada lo sé todo”, “Nadie lo conoce mejor que yo”, “Nos lo contamos todo”, “Él me entiende”, “Me hace reír”, “No puedo explicarlo con palabras, es tan perfecto”, “Va a dar el paso, ya queda menos. Es que no es fácil”, “Merece la pena esperar”.
A menudo, los encuentros son clandestinos y esporádicos; al final de la noche, entre reunión y reunión, los jueves, solo en las fiestas del pueblo. Uno se engancha y el otro nunca se queda, uno promete y el otro, espera, uno desea y el otro decide, uno engaña y el otro comulga, uno pide y el otro da.
Una promesa que espera cumplirse.
En estas historias de amor sublime, siempre hay personajes secundarios de por medio, o al menos un tercero en discordia. La cosa, es precisamente esa ¿Quién es realmente el tercero en discordia? ¿De qué trata la historia? ¿Uno se compromete o no? Si la cosa va de triángulos, ¿con quién se da el compromiso? ¿Y la intimidad, queda espacio para la intimidad?
El amo(r)
Discernir entre amor y amo podría parecer sencillo, no obstante, es habitual confundirlos. Quisiera señalar brevemente que el amo es aquel que posee y el amor es un sentimiento intenso hacia otra persona. El amor es ese sentimiento por el que se construyen las parejas mientras que la posición de amo es quién las destruye. La palabra pareja proviene del latín par, parís (igual). La pareja la forman dos por igual. Todo lo contrario de la posición que ocupa el amo junto a aquel que posee.
“El enamorado está como abducido por su amo(r), literalmente hipnotizado. Pierde toda la voluntad junta a él. Todo lo que escucha de su boca le parece una genialidad, porque la grandeza de su amo(r) está más allá de toda medida” (Michelena, M. 2007)
Lo cierto es que el amor, ciega y enloquece, logra hacer flotar y vibrar a quienes se rinden a sus encantos. Endulza y suaviza al más áspero del lugar. No es ecuánime ni racional, idealiza y ensalza llevando al otro a la cima más alta, lo eleva en el mayor de los pedestales. Mariposas en el estómago, sonrisa eterna, felicidad plena. Lo mío es tuyo y lo tuyo es mío, mientras sea correspondido a la par nadie corre peligro.
¡Cuidado peligro!
Lo ferviente del enamoramiento, es parte de una etapa. Tras la idealización uno se encuentra algo de lo real, a ese o a esa de carne y hueso. Entonces llega lo cotidiano, la convivencia y en tierra firme, todo deja de ser perfecto. ¿Será posible amar al que queda tras la idealización? Muchos lo logran, y la pareja inicia un largo recorrido. Otros, sin embargo, no quieren bajarse del pedestal.
Si uno está en el pedestal, otro es el que lo ensalza y le da brillo. Uno necesita creer que el otro es perfecto, y el otro yace cómodamente en la perfección. Uno da y otro recibe, uno exige como amo y otro obedece como esclavo.
Ganar o perder tras una ruptura.
Muy a menudo, ante la conciencia de que una relación no va bien, o de que algunas de las cosas que suceden en ella son un tanto perjudiciales o tóxicas, como se suele decir, la solución sería cortar por lo sano. “Deberías dejarlo…” es lo que suelen aconsejar los más cercanos a quienes están atrapados en eso tan tóxico y dañino, pero eso no es tan sencillo. Esos que desde dentro están en lo tóxico, sienten que pierden, que si terminan la relación, quedarán solos, no encontrarán a nadie igual, nadie los querrá y pareciera que tampoco pueden ser ni subsistir sin ese otro tóxico.
De alguna manera se produce una gran crisis, pueden palpar el daño, pero no logran dar el paso para remediarlo. Como todas las crisis en la vida, uno se encuentra frente a un gran reto de crecimiento. Lograr atravesar la crisis es crecer, ya que lo que llegará a continuación será una nueva etapa, algo de lo previo queda atrás y algo de lo nuevo está por llegar. ¿Qué se pierde y qué se gana? Responder a esto muestra lo paradójico de ganar con la pérdida. Tras lograr elaborar una difícil ruptura, son muchas las personas que pueden percatarse de todo lo que han ganado: “Si lo llego a saber, me habría separado antes” “No sé por qué he aguantado tanto” “Es como si me hubiese sacado una losa gigante de encima” “Ahora me siento libre”. Se recupera el tiempo para uno mismo, se recupera a las amistades, el tiempo en familia y llegan los cambios.
El momento del cambio, es frecuentemente un intento de recomponerse, de reparar el daño. A menudo esa nueva etapa llega cargada de fuerza y energía lo que permite a esas personas probar y atreverse con cosas que no habrían hecho antes, en esa etapa previa en la que no eran ellas mismas, en la que eran algo fusionado a otro.
¡La deuda! Héroes y villanos.
Cuando algo en el amor no va como debiera ir, suelen existir dos versiones de la historia. La del enamorado y la de los amigos de ese enamorado. El enamorado en cuestión, padece las dificultades de una relación que no funciona, pero en la que se empeña, de un amor que no le corresponde pero que desea. Los amigos, que desde otro lugar pueden ver algo más allá, repiten una y otra vez; “sal del bucle”, “no te merece”, “le das mil vueltas”, “se ha portado fatal contigo”.
El enamorado, perdona todos y cada uno de los desplantes del otro, se muestra disponible, cariñoso, cercano, atento, amable, no importa las horas que necesite dedicar al otro, no importa los pedidos que se le hagan, lo único que importa es que todo eso le sea devuelto. Reclama y reclama al otro el mismo perdón, la misma paciencia y la misma entrega; “yo lo hago por ti, y sólo espero que tú puedas hacerlo por mi” “¿es tan difícil?” Siente que no le es devuelto aquello que él si entrega. Y entonces llega el enfado, la discusión y la deuda; “Yo lo doy todo por ti, y así es como me lo pagas” “llego a pensar que es mala persona, su actitud es de mala persona” “no tiene corazón”.
Y así es como emergen héroes y villanos en las historias de amor. De malos y buenos están llenas muchas de las fracasadas historias de amor. Realmente ¿Quién es quién?
Solo se llega al final, tras transitar lo emocional: el duelo.
¿Con venda o sin venda?
La expresión “caerse la venda de los ojos” es una expresión muy conocida que viene a decir que por fin se puede ver algo que antes no se podía ver. Por fin se puede asimilar algo que previamente era imposible asimilar. En ocasiones esto tiene algo que ver con lo que los psicólogos llamamos, negación. La negación forma parte de un proceso psíquico necesario para asimilar una pérdida. No importa cual; una madre, el trabajo, la pareja, etc.
La negación es ese tiempo en el que uno no da crédito de lo ocurrido, sabe, pero no sabe. Es un tiempo en el que se tapa, se sustituye, un tiempo en el que todo está bien, en el que no hay dolor, ni tristeza al menos aparentemente. La negación no tiene un tiempo determinado, porque una vez más no es cuestión de tiempo, si no que se trata de un proceso por el que si o sí hay que pasar. Un proceso que implica dolor y tristeza por el amado ausente. Ya que, si no se le deja pasar, si no hay hueco para el dolor y la tristeza, esperarán pacientemente su turno causando un daño silencioso que cada vez implicará un desastre de mayor tamaño.
¡La fuerza que me da la rabia!
La rabia es un combustible que permite actuar, tomar decisiones y cambiar las cosas. Empuja con fuerza para salir del bucle, para no volver atrás. La rabia devuelve algo de la dignidad a quienes la habían perdido, porque ya no van a pasar ni una más. La rabia es fantasear con la venganza sin llegar a perpetrar; “Ojalá le hagan lo mismo” “Le deseo lo peor” “Ojalá algún día sufra un parte de cuánto me ha hecho sufrir a mí”.
Cuando por fin uno puede ver lo que antes no podía y ahora cae en la cuenta del esfuerzo invertido y del tiempo dedicado que a su vez reconoce como un tiempo perdido, ahí, sin venda y con la cruda realidad, esa que sí veían los amigos, entonces llega la rabia.
Junto con la rabia, llega el mal humor. Uno no está de humor para nada ni para nadie. El mal humor es el aliado perfecto para que nadie se acerque, para tener un poco de espacio, el espacio que se necesita para el dolor y la pena.
Tener miedo.
El miedo angustia de forma demoledora. Es camaleónico, toma diversas formas y se hace presente; miedo a morir, miedo a la soledad, miedo al error, a que no haya vuelta atrás, a repetir la misma historia, miedo a tomar la mejor decisión, miedo de no hacerlo bien, etc. El miedo y la angustia que lo acompañan, detienen el tiempo, y así es como se siente eterno.
Sentir pena.
La pena es una parte más de todo este proceso. No hay razón que la mitigue. Va y viene, aparece y desaparece en distintos momentos de todo ese gran proceso de duelo. Se intercala con los recuerdos, el miedo, la tristeza… La pena agota la energía del doliente, la vida se detiene, lo cotidiano, lo ocioso, lo laboral y hasta las necesidades básicas ya no son necesidades, ahora la necesidad está puesta en otra parte. Todo implica un antes y un después. Desde ese momento se vuelve a empezar de cero, ya que cada último instante con el amado se recuerda al detalle; el día, la hora, su gesto, el olor, las palabras, el lugar, etc. Es como si la mente tratase de repasar y exprimir bien todos y cada uno de esos recuerdos, porque habrán sido los últimos. Enfrentarse al recuerdo permite perder el miedo a eso que fue y también a lo que está por llegar. De nuevo el miedo.
Es fácil, observar en un relato como este, cada emoción por separado, no obstante, es importante tener presente que, en la práctica, todo es distinto. Todo llega atropellado, sin previo aviso, sin orden de paso. Una sensación se solapa con la otra, una impide el paso a la que sigue y otra lo facilita. Lo que está claro es que duele, cada parte del proceso, duele.
Y, por último, aceptación.
En la descripción del proceso del duelo, se encuentran algunas cosas muy claras, un ejemplo son el principio y su final. De algún modo los distintos teóricos coinciden en situar en un primer momento la negación y del mismo modo sitúan al final a la aceptación. Alcanzarla supone un largo recorrido atravesado por el dolor. Uno necesita masticas y digerir, una y otra vez eso que resulta tan difícil de aceptar, y en las rupturas amorosas esto se complica más. Puesto que el amado, todavía vive, elige, ama, sonríe, respira, va y viene. Porque la esperanza es lo último que se pierde y porque la vida da muchas vueltas, éstas son cuestiones que también dificultan esa aceptación, la de la ruptura, la del final definitivo.
Quisiera señalar, que una pérdida no precisa per se, de un profesional. Que no por estar atravesando un proceso de duelo, uno precisa de un trabajo terapéutico. No obstante, es muy importante poder reconocer cuando ese doliente se atasca en el proceso. Es muy importante no pasar por alto las dificultades que no permiten pasar página, y en las relaciones de pareja no siempre es fácil pasar realmente esa página.
Escrito por: Rocío Mallo. Psicoterapeuta. Equipo Clínico de Psicoafirma.
Bibliografía.
Michelena, M. (2007) Mujeres malqueridas: atadas a relaciones destructivas y sin futuro.
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